Primavera en el Jardín Botánico

Vuelvo al Jardín Botánico, siempre vuelvo. Este lugar actúa sobre mi ánimo como un bálsamo, tiende un manto cálido sobre mis hombros y me siento en paz. Me preserva del griterío exterior. Y es difícil sustraerse a la alegría de esta primavera un poco loca.

Hace unos días Ricardo Menéndez Salmón, una de las mejores plumas de este país, cuyas novelas os he recomendado en más de una ocasión, escribía en La Tercera del diario ABC un artículo titulado España en su tristeza que comenzaba así: "La infelicidad que los gobernantes nos llevan inoculando en el ánimo desde hace ya demasiado tiempo es un humor perverso y fétido. Y el discurso maquiavélico de "es por vuestro bien" ya no mueve a engaño. A este ritmo, cuando despertemos del diluvio, saciados y en paz con nuestros acreedores, todos habremos muerto de tristeza".

Vemos como día a día van apareciendo más focos de resistencia hacia esta política de tierra quemada que los representantes de los poderes financieros nos imponen. Pequeños brotes de resistencia en los que se condensa toda nuestra esperanza. Pero, de igual modo (siento más que pienso, mientras paseo por el Jardín y fotografío las flores), debemos resistirnos al poder diabólico de esta tristeza con la que pretenden paralizarnos. Menéndez Salmón recuerda en su artículo unas palabras de Gilles Feleuze: "La tristeza no vuelve inteligente. En la tristeza estamos perdidos. Por eso los poderes tienen necesidad de que los sujetos estén tristes. La angustia nunca ha sido un juego de cultura, de inteligencia o de vivacidad".

Así que estoy dispuesta a resistirme mientras amanezcan días luminosos y cálidos en primavera; o pueda tomar una caña en una terraza un atardecer de verano; o pasear por El Retiro en Otoño; o ver mi tierra nevada en invierno. Mientras pueda pagar, de vez en cuando, un café con churros. De los inoculadores de tristeza, librémonos cuanto antes.