El concierto continuó con la Guía orquestal para jóvenes, de Benjamín Britten, una pieza hermosísima que no conocía. Pero lo mejor estaba por llegar. La Sinfonía núm. 5 de Shostakovich me llegó al alma, y me mantuvo con el corazón en vilo durante toda su interpretación. Qué descubrimiento. Constato una vez más que la música rusa me conmueve como pocas, me zarandea y me acuna, me hace sonreir de placer y me llena los ojos de lágrimas sin solución de continuidad. Hubo un momento, durante el largo, en el que fui completamente feliz. Como propina, especialmente dedicada a Colin Davis, Nimrod, la novena de las Variaciones Enigma, de Edgar, utilizada en el Reino Unido como marcha fúnebre. Se palpaba la emoción en la orquesta.
Os dejo con Shostakovich y su Sinfonía núm. 5, interpretada por la Orquesta Sinfónica de Nueva York bajo la batuta de Bernstein. Disfrutadla.
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