Un hombre mayor, casi un anciano, de fuerte complexión y atildado y juvenil atuendo (pantalón gris, camisa blanca asomando el cuello por el escote de un jersey amarillo de lana, brillantes zapatos negros, pelo y bigote canoso bien dibujado), con dificultad manifiesta alcanzó a traspasar la verja que circunda el pozo, manteniéndose en inestable equilibrio sobre un somero repecho interior, ante mi alarmada mirada y la curiosidad de una niña pequeña que corrió, curiosa, a presenciar la hazaña. Caminó como pudo por tan exigua superficie, se agachó y recogió lo que colegí una moneda que algún turista había tirado cual si se tratara de la Fontana di Trevi, y que no había alcanzado el profundo interior del agujero. Con las mismas, se volvió con cuidado, alzó una pierna, luego la otra; introdujo la moneda en el bolsillo, y se fue.
He aquí a los nuevos pobres. Esto es, nosotros.
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