"El deleite que la belleza ansiaba encontrar hasta el siglo XIX se truncó al pasar al XX, con una de las máximas de las vanguardias: ser deliberadamente antiestético". Recorriendo la Umbría italiana, ante los frescos de las tumbas etruscas, las ruinas romanas, Fra Angelico, Giotto, Piero della Francesca, Perugino o Pinturicchio, ante tanta exquisitez y belleza recordaba esta frase que leí en un reportaje titulado Se acabó la belleza, publicado hace un tiempo por El Cultural del diario El Mundo. Arthur C. Danto sostenía que ultrajar la belleza pasó a ser una acción para disociar el arte de una sociedad que los artistas despreciaban, negándose a someter su trabajo al gusto de una clase dominante que había llevado al mundo a la Primera Guerra Mundial. Tristan Tzara animaba a "asesinar" la belleza. El objetivo de los artistas dejó de centrarse en crear belleza y pasó a pretender cambiar la actitud de la gente, y esta se interponía en su camino.
Apunta Danto que la filosofía del arte contempla como "el discurso de la redención estética nos asegura que, tarde o temprano, todo arte nos parecerá bello, por feo que se muestre al principio". Y recuerda cómo alguien le aseguró haber encontrado belleza en los gusanos que infestaban la cabeza de vaca, cortada y en visible estado de putrefacción, expuesta en una vitrina por el artista británico Damien Hirst.
No le falta razón: hoy consideramos el Guernica una obra hermosa, y en puridad está a mil millas del concepto clásico de belleza. Y así, cientos de ejemplos. Pero ¿Damien Hirst? ¿Resulta talentoso colocar en una vitrina un gusano de seda, un perro defecando, un cenicero lleno de colillas?
No podría vivir en un mundo sin belleza. Quizá todo se deba a mi incultura, al proceso de extrañamiento que sufro, pero la felicidad que me aporta Fra Angelico solo es comparable a la repulsión que siento ante los montajes de los Hirst hoy tan en boga.
Llovía cuando salimos del Panteón y con un pequeño trote llegamos a la piazza del "Pulcino", que así llaman los romanos a la extraña escultura de un rechoncho elefante que lleva sobre los lomos un obelisco egipcio (qué cosa...). En realidad la piazza se llama "della Minerva".
ResponderEliminarEn uno de los laterales se levanta Santa María sopra Minerva; el nombre le viene porque se erigió sobre un templo de la diosa pagana.
Motivo de la visita al único templo gótico de Roma: ver el Cristo Redentor de Michelangelo, tan desconocido de la gente y que tantos disgustos procuró al artista. Efectivamente es una obra menor de Buonarroti, pero buena parte de la culpa la tuvo el manazas que se encargó de pulir el mármol, cuando la obra estaba acabada y había que someterla al abrillantado que los maestros solían dejar a cargo de algún ayundante aventajado. Se ve que el tal se pasó en la lija y restó expresividad al rostro de Cristo...; además, la anatomía escultórica representa más a un efebo que a un "redentor". La cruz viene a ser un artilugio de ebanistería: no cabe duda de que fue un fiasco de altísima calidad.
Pero lo que de veras mereció la pena de la visita es que halle en el suelo, sobre un plinto de poca altura y lápida de escaso relieve, la tumba de Fra Angélico. Fue una sorpresa emocionante: allí, entre el sepulcro de la decapitada (!) Catalina de Siena y el efebo de Michilangelo, la modesa (para los usos de aquel tiempo) tumba del dominico angelical. Claro, era la iglesia de su Orden por aquel tiempo y él la frecuentaba: no era raro que acogiese sus restos mortales...
Y así te cuento, Sol, el conmovedor encuentro de Apollinaire con Fra Angélico.
Algún beso que me queda te hago llegar, mi sol.
Lo tendré en cuenta, y en mi siguiente visita a Roma le presentaré mis respetos. Y los tuyos.
EliminarYa estoy en vísperas de mi llegada a Gijón. Una semana de paz, lejos del mundanal ruido, con todo el tiempo para mí. Y el mar. Qué felicidad.
Espero que renueves tu stock de besos. Yo, que tengo en abundancia, te envío varios.
Secuencia nº 23:
ResponderEliminar-La escena representa el andén de una estación de ferrocarril. Los viajeros comienzan a descender de los vagones. Ya se han ido casi todos cuando una elegante dama enlutada pone pié en tierra. Un hombre que ha estado hasta entonces oculto tras un mupi, empieza a andar con rapidez en dirección a ella. La bella se lleva una mano enguantada al pecho (en la otra el suplemento cultural de ABC) y comienza a correr en dirección al hombre, que ahora acelera el paso y corre también. Mientras vuela, una sonrisa nerviosa ilumina la cara de ella. Él , pese al trote, se puede apreciar que ha empalidecido. Corren el uno en dirección al otro (inciso para recomendar algo parecido a la mítica secuencia de "Un hombre y una mujer", de Claude Lelouch).
Cuando están a punto de tocarse, hacen un pequeño quiebro y continúan en su febril carrera en dirección opuesta, alejándose cada vez más.
Él, se arroja en brazos de una mujer de ojos verdes brillantes de dicha que le espera hace rato. Se cogen del brazo y salen de la estación.
Ella -la dama de negro- se cuelga con furor del cuello de un mulato recién llegado de Ibiza que trae una descomunal Pentax en bandolera. Se cogen del brazo y salen de la estación.
Luego, toman dos taxis y se pierden en la trama urbana.
(To be continued)
Quedo a la espera...
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