Que tenga un buen día. Con este deseo y una sonrisa el
tendero suele despedir al cliente que ha pasado por caja. Se trata de una
fórmula que va más allá de la mera cortesía, porque hoy, tal como viene el
baile, un día, un solo día es el horizonte de todos los sueños que acompañan al
ciudadano desesperado en su viaje al final de la noche. Que tenga un buen día.
Con esta frase rutinaria la cajera del supermercado, junto con el ticket de la
compra, te ofrece todas las variables posibles de éxito o fracaso que caben en
24 horas. Si realmente ese es para ti un buen día, de momento no te van a echar
del trabajo; ningún político del Gobierno, aprendiz de gángster, te amenazará
con mandarte al inspector de Hacienda; no serás tú, sino otros, los que pedirán
limosna de rodillas en la puerta de una iglesia, los que escarbarán en la
basura de los contenedores, los que deberán pasar un riguroso examen ante un
soplagaitas del Ayuntamiento para poder tocar el acordeón en una esquina
disfrazado de mendigo y ningún gorila macarra, dotado con antorchas de policía
nacional, te cacheará en plena calle simplemente porque no le gusta tu cara.
Que tenga un buen día. Si ese deseo se cumple, al despertarte no te dolerá
nada; ante el espejo del cuarto de baño no tendrás que avergonzarte de algo que
solo tú sabes; para ti el mostrador del bar de la esquina será un altar y allí
celebrarás el sacramento del desayuno con el café y unas tostadas mientras lees
en el periódico el triunfo de tu equipo. Que tenga un buen día, te dirá el
camarero. Al llegar a la oficina sin saber por qué, te recibirá el director con
una palmada amigable en la espalda y en el trabajo serás uno de esos tipos que
no le da importancia a cumplir con su deber. Luego verás la calle repleta de
ciudadanos amaestrados, derrotados, caminando bajo el crepúsculo de oro con una
recóndita ira que no acaba de estallar. Al volver a casa, el mendigo, que toca
el acordeón en la esquina, detendrá el vals: que tenga un buen día, te dirá,
aunque sea ya noche cerrada y serás tu el primero en sorprenderte de este
milagro: la gente humillada no se ha rebelado, no ha sido asaltado el palacio
del Congreso todavía, los políticos corruptos no han sido sacados a patadas y
la ciudad no ha ardido aún por los cuatro costados.
Manuel Vicent, diario El País, 22 de diciembre de 2013
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