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martes, 14 de mayo de 2013

"La tempestad", William Shakespeare

Próspero

Te veo preocupado, hijo mío
y como abatido. Recobra el ánimo.
Nuestra fiesta ha terminado. Los actores,
como ya te dije, eran espíritus
y se han disuelto en el aire, en aire leve,
y, cual la obra sin cimientos de esta fantasía,
las torres con sus nubes, los regios palacios,
los templos solemnes, el inmenso mundo
y cuantos lo hereden, todo se disipará
e, igual que se ha esfumado mi etérea función,
no quedará ni polvo. Somos de la misma
sustancia que los sueños, y nuestra breve vida
culmina en un dormir. Estoy turbado.
disculpa mi flaqueza: mi mente está agitada.
No te inquiete mi dolencia. Si gustas,
retírate a mi celda y reposa.
Pasearé un momento por calmar
mi ánimo excitado.


La tempestad, la última obra de teatro escrita por Shakespeare, da para todas las interpretaciones que se le antojen al lector. En palabras de Ángel-Luis Pujante, traductor y editor del ejemplar que acabo de leer, "es alegórica, utópica, realista, romántica, neoclásica, ritualista, pastoril, mítica y así sucesivamente. Es el drama renacentista por excelencia y expresa admirablemente las ideas e inquietudes de su época: la relación entre arte y naturaleza, el papel de la ciencia y la magia, la influencia del neoplatonismo y el debate sobre el descubrimiento y la colonización del Nuevo Mundo. Para otros es una tragicomedia sobre el amor, la libertad, el perdón y la reconciliación o la lucha por el poder." Yo no he leído nunca una descripción tan poética y exacta sobre el espíritu del teatro que los versos que anteceden a estas líneas. La tempestad es un maravilloso cuento en el que una serie de personajes proteicos construyen un mundo mágico pleno de pasiones, inquietudes y esperanzas. Escenarios fabulosos, seres fantásticos (Ariel me ha enamorado) y un ritmo narrativo que te encandila de principio a fin. Shakespeare siempre colma.

Y Próspero se despide:

Ahora magia no me queda
y solo tengo mis fuerzas,
que son pocas. Si os complace,
retenedme aquí, o dejadme
ir a Nápoles. Con todo,
si ya el ducado recobro
tras perdonar al traidor,
no quede hechizado yo
en la isla, y de este encanto
libradme con vuestro aplauso.
Vuestro aliento hinche mis velas
o fracasará mi idea,
que fue agradar. Sin dominio
sobre espíritus o hechizos,
,me vencerá el desaliento
si no me alivia algún rezo
tan sentido que emocione
al cielo y excuse errores.
Igual que por pecar rogáis clemencia,
libéreme también vuestra indulgencia.

3 comentarios:

  1. Acabo de llegar a tu blog porque buscaba el San Petersburgo de Crimen y Castigo y he visto esta entrada de La Tempestad y me he dicho: tienes que oír esto.
    http://youtu.be/sc5WPpqn13k

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    Respuestas
    1. Qué joya! Cuánto te lo agradezco. Lo incluiré en Mi casa para que todos los visitantes puedan disfrutarlo. Muchísimas gracias, espero que nos hagas partícipes de más descubrimientos. Un fuerte abrazo

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  2. Por supuesto. Hasta me emocioné y todo cuando vi ese pasaje que entresacaste. Por cierto que no he tenido ocasión de leer aún La Tempestad, pero gracias a este tema entró en mis intenciones.

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