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martes, 25 de junio de 2013

Un excepcional "Wozzeck", en el Teatro Real

La primera vez que asistí a una representación de Wozzeck, de Alban Berg, fue en enero de 2007, en el Teatro Real. No conocía la ópera y, pese a su dificultad, me impresionó la belleza de la partitura y las interpretaciones de Jochen Schmeckenbecher y Angela Denoke, como Wozzeck y Marie. Lo que entonces me resultó desconcertante fue la puesta en escena, a cargo de Calixto Bieitio. El escenario se transformó en una estructura formada por tubos, una extraña factoría por donde se movía, alienados, los protagonistas de la farsa. Me resultó chocante y desagradable cuando el médico en escena comenzó a practicar trepanaciones a cadáveres, extraer vísceras y fluidos bastante repugnantes. Lo de menos fueron los desnudos, aunque tanta originalidad logró distraer a los espectadores de lo único realmente importante: la música. No comprendo como se tolera que los directores de escena, por mor de su insaciable vanidad, aplasten con sus ocurrencias una pieza musical tan hermosa, en vez de limitarse a ensalzarla, que a la postre es para lo que se les paga. Pero, por desgracia, no hay muchos Haneke.

Vuelvo al Real a ver Wozzeck seis años después, y lo hago con los mejores augurios. El crítico musical Vela del Campo lo saluda en El País como el gran acontecimiento operístico de la temporada, y celebra la excelencia de cada uno de los elementos que la conforman: ejecución musical, interpretación y escenografía. Habla de "obra maestra" absoluta. Por otra parte, la revista del Teatro Real publica una entrevista con el director de escena de la obra, Christoph Marthaler, que despierta en mí aún mayores expectativas. Y el resultado no me ha decepcionado en absoluto, muy al contrario, aunque por segunda vez la puesta en escena me ha desconcertado en ocasiones. Lo mejor: la ejecución musical por parte de la Orquesta del Teatro Real, extraordinariamente dirigida por Sylvain Cambreling. Hay momentos de una brillantez y una intensidad estremecedoras. Los cantantes no le van a la zaga: todos hacen un trabajo espléndido, encabezados por una increíble Nadja Michael como Marie, y unos sobresalientes Simon Keenlyside (Wozzeck); Gerhard Siegel (el capitán) y Jon Villars (el tambor mayor).















La puesta en escena reproduce una nave que funciona como cantina, rodeada de un parque infantil con castillos hinchables donde los padres sueltan a sus hijos mientras ellos toman una cerveza en el interior. Me gustó el clima de desolación, la soledad y desesperanza que flotan en el ambiente, muy acorde con el corazón de Wozzeck. Lo que a veces me desconcertó fue la falta de sintonía entre las descripciones espaciales e incluso de situación que aparecen en el texto, y lo que ocurre en el escenario. Pero comprendo que son cuestiones menores frente al espectáculo magnífico que disfruté.

Os dejo con Wozzeck:

1 comentario:

  1. Federico , roturador26 de junio de 2013, 15:13

    Hola, mi Sol: Por aquí ópera poca, pero está hoy en Gijón el "Boss" Bruce Springstreen. Parece que esta alcaldesina novata quiere volver a traer a su pueblo los grandes conciertos (pop) que hace años recalaban en este finisterre. En algo se tiene que notar que no ha caído una bomba de neutrones en la Consistorial. Yo, no voy a estar, pues mis deberes agropècuarios me lo impiden.
    Besos, guapina.

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