Me escandaliza la vulgaridad que nos rodea. La vulgaridad en todos los órdenes de la vida, pero sobre todo la vulgaridad de espíritu, de sensibilidad, de conciencia. Detesto la ampulosidad y la grandilocuencia, detesto este desaforado afán de enriquecimiento, esta subversión de valores, este amor por lo fútil. Y seguro que yo no estoy libre de culpa pero, como siempre, vemos mejor la paja en el ojo ajeno que la viga en el nuestro. Hace unos días leí en alguna parte unos versos de Salvador Espriú que apunté en mi libreta:
Diré la verdad, sin reposo
por el honor de servir, por debajo de todos.
Detestemos los grandes vientres, las grandes palabras,
la indecente jactancia del dinero,
las cartas mal dadas por la suerte,
el humo espeso del incienso al poderoso.
Muy probablemente nos merezcamos el gobierno que tenemos, al que desprecio cordialmente. Debe ser así cuando, según las encuestas, volverían a ser los más votados. Me horroriza el mundo que hemos construido, cuando hasta un Obama, en el que muchos, ingenuamente, habíamos puesto nuestra esperanza de aspirar a un orden más justo, se prepara para bombardear Siria y asumir la muerte de civiles a los que denominarán "daños colaterales". Tengo miedo a lo que esta guerra pueda desencadenar. "El único camino que nos acerca al mundo es la compasión", sostenía Zbigniew Herbert en El laberinto junto al mar. Como veis, hoy tengo un mal día.
Es imposible no tener al menos un mal día en un mundo tan malo. Adolece de soberbia y la soberbia acabará con nosotros. No me extraña nada que éste gobierno tenga asegurada una nueva legislatura porque ¿qué alternativa nos queda?. Como persona de ideas profundamente socialistas (el el mejor sentido de la palabra socialista, no lo estoy asociando a ninguna sigla), creo que la izquierda ha perdido la oportunidad de construir un mundo mejor. No me incluyo (voy a ser soberbia yo también) porque yo he intentado con todas mis fuerzas vivir como siento.
ResponderEliminarTú hablas de compasión, y en ese rescate de los valores perdidos que serían el camino para salvarnos, yo añadiría la humildad. Hemos perdido la medida de nuestra propia importancia.
Gracias, Solpau, eres siempre un oasis de sensibilidad.
Y tú siempre amable, lúcida y generosa. Te envío un abrazo muy fuerte, amiga
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