Rubens, en "La belleza encerrada"

Vuelvo a La belleza encerrada, como os prometí. Y selecciono, de entre tanta maravilla, siete obras de Rubens, a quien la exposición dedica un trato especial. Tenemos la suerte de que en los inventarios de la colección real en los siglos XVII y XVIII abundan sus cuadros ya que, de los artistas que visitaron la corte, Rubens fue quizá el de mayor calidad y más dilatado influjo.

Abro con cinco óleos que conforman la serie Sentidos. Comienzo con La Vista y luego, de izquierda a derecha, El Oído, El Gusto, El Olfato y El Tacto. Rubens fue un maestro generoso con su saber y su fama, dirigiendo y apoyando a sus discípulos y aconsejando sabiamente a cuantos jóvenes telentosos se le acercaban. Él, tan amante y conocedor de Italia, fue quien animó a un joven Velázquez a visitar aquel país y estudiar a los clásicos.

Quizá no fuera solo su espíritu generoso, sino también su interés por dar cumplimiento a la cantidad de encargos que recibía, gustó Rubens de buscar la colaboración de otros pintores para concluir algunas de sus obras. Tal es el caso de Sentidos, en la que Brueghel el Viejo se ocupó del paisaje, las flores y los animales. Me asomo a estos cuadros como si espiara la intimidad de sus personajes. Me fascina cada objeto y su disposición, su suntuosidad  y la sensualidad que transmiten.

Y cierro con dos obras que me gustan especialmente: El rapto de Europa y Prometeo. El mito al que se refiere el primero siempre me ha fascinado; creo que, hace tiempo, dedique una entrada a la iconografía que recoge ese afán de Zeus por metamorfosearse en animales varios y copular con humanas. En este caso, paseaba Europa con un grupo de ninfas cuando se les aparece un hermoso toro, cuya testuz se acerca a acariciar. Al comprobar su mansedumbre no se le ocurre mejor cosa que montar en su lomo, Zeus emprende la carrera hasta llegar a la isla de Creta, donde le revela su identidad, convirtiéndose Europa en la primera reina cretense. El mito de Prometeo, para otro día.