"En contra de lo que se asevera a menudo, tengo la sensación
de que vivimos una época de peligroso aletargamiento de las sociedades. Se
supone que gracias a Internet y Twitter y los infinitos foros, ocurre
justamente lo opuesto, y los usuarios de las redes sociales se vanaglorian de
no dejar pasar ni una, de poner a caldo a quien lo merezca, de protestar por
todo lo injusto, de boicotear marcas y empresas; en suma, de denunciar y hacer
presión y castigar. Pero yo no veo que nada de eso traiga nunca verdaderas
consecuencias en lo importante, ni haga rectificar ninguna ley, ni obligue a
dimitir a casi ningún cargo, a excepción de los políticos americanos infieles a
su pareja y los alemanes que han plagiado sus tesis doctorales. Muy poca cosa
en conjunto. Es más, tengo la impresión de que tantas voces chillando por esto
o lo otro, todas a la vez, se anulan indefectiblemente entre sí o en el mejor
de los casos son víctimas de su sobreabundancia y de la dispersión. Quienes
gobiernan se han acostumbrado ya a ese griterío de fondo y han aprendido a
hacer caso omiso de él. Una jaula de grillos en la que caben todos los grillos
del universo, en realidad es conveniente que estén agrupados ahí: amortiguan
recíprocamente sus indignaciones, hacen indistinguibles las justificadas y
graves de las arbitrarias y leves, los clamores necesarios de las pataletas
superfluas, los abusos intolerables de las cien mil sandeces que se sueltan a
diario en el mundo. “Las redes están que arden”, oye o lee uno a veces, por tal
o cual cuestión. ¿Y? ¿Han visto ustedes que esos incendios varíen algo en
alguna ocasión? Algo significativo y de peso, quiero decir.
En cambio, me parece observar que la capacidad de influencia
y contagio de los políticos y de “los que mandan” (financieros, grandes multinacionales,
banqueros) no hace sino crecer, y con ella, asimismo, su capacidad para
desorientar a las poblaciones. Cada vez logran más que pasen por buenas
prácticas que solíamos saber que estaban mal. Desde que se desahucie y lance al
arroyo a una familia por un impago al que se ha visto forzada –no por ánimo de
engaño ni por mala voluntad– hasta que las condiciones laborales de la gente
vayan pareciéndose insólitamente a las de los tiempos de Dickens, a dos pasos
de la esclavitud. Una de las más malsanas ideas que nos están “colando” es la
muy antigua de culpar a quien denuncia las injusticias y abusos cometidos por
los Gobiernos, algo típico de las dictaduras, que no admiten ninguna crítica."
Os ofrezco el arranque del artículo de Javier Marías Que esto no se cuente, publicado por el suplemento dominical del diario El País el 15 de septiembre de 2013. El artículo completo, en el link.
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