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martes, 10 de septiembre de 2013

Mi intransigencia

Dicen que con los años uno se vuelve más tolerante con sus defectos y con los de los demás. No es mi caso, al menos respecto a los otros. Cada día me molestan más cosas de la gente, por regla general pequeñas cosas, gestos, detalles. Creo que soporto mejor los grandes defectos, las molestas nimiedades me sacan de mis casillas. Y, abusando de la cierta impunidad que aportan los años, no disimulo mi  fastidio.

Esta mañana, leía el periódico disfrutando de mi segundo café en una terraza cercana a mi casa, cuando se sentaron en la mesa contigua cuatro mujeres jóvenes y un  varón, que inmediatamente comenzaron a hablar a gritos. Pocas cosas logran sacarme más de quicio que los seres vociferantes. Esperé que una mirada de furibundo reproche les haría entender, pero continuaron impertérritos hablando a voz en grito. No lo pude resistir, me volví y les insté, con cara de pocos amigos, a que bajaran la voz y nos permitieran a los demás concentrarnos en la lectura. Me miraron atónitos, pero logré mi objetivo.

Hace unos días, en el autobús, coincidí con cuatro señoras muy acicaladas que vociferaban y lanzaban risotadas, haciéndonos a todos partícipes de sus asuntos, cuando veo a un chico de pie, delante de mi, soltarse de la barra y proceder a taparse los oídos con ambas manos. Ni corta ni perezosa imité su gesto y así nos mantuvimos durante varios minutos. No me cabe duda de que nuestro ademán no pasó inadvertido para las gritonas, pero continuaron con sus alaridos pese a las sonrisas cómplices del resto de los usuarios. No nos libramos de sus voces hasta que abandonaron el autobús. Las habría ahogado sin ningún miramiento. En fin.

13 comentarios:

  1. Tienes toda la razón, yo tampoco soporto no ya el griterío sino el vocerío. Por ejemplo, me pone de un humor de perros tener que forzar la voz en los restaurantes para hacerme entender en mi propia mesa. Que recuerde ahora, en tres o cuatro ocasiones pedí mesura a energúmenos vecinos de mesa y funcionó a la perfección. Te lo recomiendo, no te cortes ni un pelo.

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    1. No lo hago, José. No lo puedo resistir. Un beso grande, cielo

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  2. Buenas noches, Madeleine.
    Mua.

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  3. Estoy de acuerdo con cierta intransigencia ante la mala educación. Yo soy muy cobarde para llamar la atención al prójimo, pero admiro a quienes lo hacen. Aprovecho aquí, que ella no lo lee, para pedirle perdón a mi cónyuga, que sí lo hace ante mi escándalo y el de mi hija, que desgraciadamente ha salido a mí al menos en esto. ;-) Saludos.

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    1. Bien por tu cónyuga!!!! Al menos, el derecho al pataleo. Un abrazo Riforfo

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  4. Tienes razón, Sol; España es un estridente rebuzno que lo invade todo. Este verano, unos amigos ingleses me comentaban lo que les sorprendía este derroche decibélico. Inaguantable las más de las veces.
    En lo que discrepo un poco es en esa presunción de que los años hacen a la gente más tolerante... Mi experiencia es que se hace uno más egoísta e insolidario. Con excepciones, claro.
    Conocida es la figura de la mujeruca que se escurre como una anguila tratando de colarse en la fila del pan de los supermercados. En alguna ocasión que he estado a punto de ser una victima de semejante abuso, han tenido que escuchar la voz polaca de este francés nacido en Roma: ¡Eeehhh! ¿Adónde va, buena mujer? Les debe de impresionar mi expresión de contenido impulso homicida porque siempre entran en razón.
    Otra muestra de lo que digo es cuando está convocada una huelga general y, pese a ello, alguna panadería esquirolea. Pues he advertido que la mayoría de los insolidarios que compran el pan ese día suele ostentar una cabellera (o si son calvos la pilosidad que enmarca la tonsura) blanca, que suele emerger de un chaquetón guateado que uniformiza a buena parte de nuestros ancianos patrios.
    Yo pensaba que la ausencia o la escasez de piezas dentarias haría llevadera la carencia por un día de ese alimento tan bíblico como prescindible (existen los croissants; o como decía la casquivana austríaca "que coman gateaux"). Pues no; ese día precisamente parecen hincar las encías con mayor frenesí en los mendrugos de pan..., el mismo que -con su conducta insolidaria- contribuyen a apartar del alcance de los más jóvenes.
    Pero no siempre los tópicos o la experiencia particular sirve para conformar una opinión fundamentada en algo más que tópicos o en contratópicos...
    No sé si es oportuno que lo cuente... Pero sí, voy a hacerlo:
    Hace unas semanas se moría mi querida suegra. Se había caído y golpeado en la cabeza. La hubimos de ingresar en Neurocirugía. Cuando pasadas unas horas permitieron a la familia entrar a boxes para acompañarla, me adelanté y llegué solo al cubículo en el que la tenían en observación. Estaba, como es natural, acostada en una camilla. Al entrar yo se le iluminó la mirada y exclamó: "¡Cariño...!". "Cariño"; mi pobre suegra con quien siempre había tenido una relación cordial pero distante me acababa de envolver en una ola de afecto inesperada. "Cariño...". Se me humedecieron los ojos y le estreché la mano exangüe y la besé en la frente conmovido.
    "Cariño..."
    Cuando murió unos días después, lloré como nunca lo había hecho en muchos años. "Cariño..." Ni siquiera cuando nos dejó mi madre sentí un desgarro tan profundo.
    Cuento esto, Sol, porque se entienda que hay tópicos que suponen injustas presunciones. Y hasta estoy dispuesto a admitir que exista alguna mujer mayor que se esté quietecita en su puesto de la cola; y que alguna habrá que no se demore dando la cháchara con la empleada del banco mientras los demás nos comemos las uñas de impaciencia...
    Yo también he sido víctima de los prejuicios ignorantes y porque haya escrito alguna novela pseudopornográfica (hay que ser cegato para no ver en ellas más que porno); o porque haya dado a la prensa relatos sarcásticos y desenfadados como "El Heresiarca" (ahorita lo releo, que con el tiempo ya no se acuerda uno ni de sus obras de antaño); porque uno tenga estas expansiones -digo- no le toman en serio cuando vierte al papel su caudal poético, pleno de lirismo, exultante de amor y de agonías...
    Menos mal que se valora si cae en las manos piadosas de damas fulgurantes, cultas y de corazones como armarios roperos, de belleza intemporal e inmarcesible... Pero creo que me estoy pasando rosca y mejor callo.

    Un beso, mi sol (sic). Vendrán tiempos mejores. Y nosotros que los veamos.

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  5. Querer es un lujo, un regalo, aunque en algún momento haya que despedirse, verdad?
    Hoy he visto "El último concierto" y te he recordado. Me gustó.
    Un beso, Apollinaire querido. Hasta mañana

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  6. Sí, Sol; detrás de cada amor hay una despedida. La nostalgia anticipada de lo que sabemos que vamos a perder embellece más aquello que amamos. No he dicho nada que no sepas, Benvenuta.

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    1. Por eso, más que esperar "tiempos mejores" sería mejor exprimir cada minuto presente. Tampoco yo te descubro nada. Disfruta, Apollinaire; sé feliz. Un abrazo fuerte

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  7. Sole, en esta tarde septembrina -en la que tenderetes y chiringuitos anuncian ya las cercanas y ruidosas fiestas mateinas- qué alegría encontrarse este blog y las fotos que son una regalo para mi mirada.
    Besos. Chuchi

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    1. Chuchi, preciosa, qué alegría encontrarte por aquí, y como me gusta que hayas disfrutado de Mi casa. Perdí toda mi agenda, así que no tengo forma de localizarte. Envíame tu móvil en un comentario, no lo publico, y te llamo en cuanto vuelva a Oviedo. Nos debemos una larga charleta. Muchísimos besos, cielo

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