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lunes, 26 de julio de 2010
Después de todo. Carmen Martín Gaite
No le digas mi nombre
-nunca no-
a los demás.
Yo te cambio mis ojos por mi nombre,
pues se echan a vivir y a tener luz
desde que tú me llamas.
Luego, cuando te vayas,
no dejes ahí tiradas las fichas de mi nombre,
recógelo, llévatelo contigo.
Haz con él lo que quieras:
conviértelo en colores,
en conjuro, en hoguera,
mételo en tus retortas,
písalo en tu lagar,
sácale vino y miel,
fermento y alegría.
Y el fruto de esa alqui,mia
dáselo a los demás a manos llenas;
que circule, en mi nombre,
entre cuantos te vean y te hablen.
Pero mi nombre, no.
Guárdalo tú mi nombre,
dilo a oscuras,
que sólo para ti deja de ser opaco.
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