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lunes, 26 de julio de 2010

Morirse un rato


Hay veces en los que uno necesitaría morirse un rato. Bryce Echenique debe necesitarlo también cuando permite a Martín Romaña, en su "vida exagerada", volverse loco un rato de vez en cuando, sobre todo cuando los acontecimientos le desbordan y se le escapan las riendas de la realidad, o cuando el dolor o el desconcierto le inundan hasta ahogarle. Como yo no poseo el envidiable salvavidas del humor, ni el coraje de ponerme al mundo por montera para ejercer tan terapeútica locura, opto por seguir cuerda pero un poco muerta.

Lo peor es querer morirse un rato un día de verano, un día de esos en que te sientes querida por los amigos y su calor ni siquiera te entibia la epidermis; cuando te espera sobre la mesilla de noche una novela apasionante, tienes en la recámara un amor por estrenar y tu hija adolescente se ofrece sonriente a recoger la cocina. La cosa sería más presentable si uno pudiera cubrirse con alguna justificación, aunque fuera de manufactura casera: has llamado al hombre de tu vida y se había ido al Pryca con su mujer; tienes que acompañar a tu madre al médico a la misma hora en que quiere verte el jefe; o tu ex-marido, que acaba de volver de Santo Domingo, te advierte que este mes no podrá hacerte la transferencia porque está sin blanca. La gente se muere en Haiti para siempre, a Akineh Mohammadi la quieren ver muerta para siempre los fundamentalistas islámicos y me enteré hace unos días de que un amigo entrañable se había ido para siempre. Y yo me quiero morir un rato. Perdonadme, solo es que a veces nuestras costuras parecen no poder contener más vida.

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