Así me recibe Oviedo, la ciudad donde nací, mi tierra, en pleno agosto. Cuando el resto de España se achicharra, en Asturias es invierno. Un amigo mío, periodista asturiano, bromea: "Pues para ser invierno, en Asturias no hace tan mal tiempo". Y otro afirma que "ahora sí se puede decir con propiedad que a los asturianos nos falta un verano".
Yo recibo la lluvia como una bendición, y camino por la calle Uría, en el centro de Oviedo, olfateando el aire cual sabueso. No puedo estar mucho tiempo lejos. La emoción que me produce volver a Asturias solo es comparable a la alegría que siento al regresar a Madrid. Como en la canción, tengo el corazón "partío".
Gijón. Aquí viví la mayor parte de los veranos de mi infancia y juventud. Aquí me enamoré por primera vez, aquí recibí mi primer beso. A Oviedo y Gijón les separan tan pocos kilómetros que los ovetenses consideramos a esta como nuestra playa. En veinte minutos, podemos apoyarnos en la barra del Muro (el paseo marítimo gijonés) y ver el mar. O pasear por la playa en invierno.
Gijón es una ciudad preciosa, con una zona antigua espléndida y un barrio marinero, junto al puerto pesquero, hoy deportivo, lleno de encanto. Una ciudad industrial y cosmopolita, melancólica, como todas las ciudades que miran al mar. Paseo por el Muro respirando mar con olor a algas ("ocle", para los asturianos) y recuerdo a mis abuelos haciendo este mismo trayecto hasta la Escalera 14, donde estaba su caseta de baños alrededor de la cual nos reuníamos sus hijos y nietos. Cierro los ojos y puedo ver a mi abuela, con su cintillo blanco al cuello, su precioso pelo recogido en un moño, y su bastón, saludándonos desde la barra.
Al final del Muro, cerca de la casa que mis padres alquilaban en verano, está el Parque de Isabel la Católica, donde nos llevaban a jugar. Y en el parque, un pequeño zoo dedicado a las aves. Desde gallos hasta periquitos, pasando por las aves más exóticas y los ejemplares más comunes.
Ya es de noche cuando subo al Cerro de Santa Catalina para ver el Elogio del Horizonte, la imponente escultura que Chillida colocó frente al mar. Es una belleza, casi más por el espacio que sus formas enmarcan que por ellas mismas. Recuerdo haberla fotografiado, recién colocada, mientras iba girando despacio en torno a ella, captando como mientras se cerraba en un extremo se iba abriendo en otro, como el espacio se comprimía o dilataba, como dibujaba diferentes formas contra el horizonte. Una serie de fotografías que debo tener en algún álbum, antes de la "era digital".
No se ve nada en la cima del cerro. Hay que caminar con cuidado para no meterte de lleno en un charco. Pese a la oscuridad, la silueta del Elogio se distingue perfectamente. Me coloco debajo, mirando al mar. La escultura parece abrazarme, y dentro se escucha el mar como si se tratara de una caja de resonancia. Exactamente esto es lo que estaba necesitando. El mar. Me sale al encuentro un poema de Idea Vilariño.
Tan arduamente el mar,
tan arduamente,
el lento mar inmenso,
tan largamente en sí, cansadamente,
el hondo mar eterno.
Lento mar, hondo mar,
profundo mar inmenso...
Tan lenta y honda y largamente y tanto
insistente y cansado ser cayendo
como un llanto, sin fin,
pesadamente,
tenazmente muriendo...
Va creciendo sereno desde el fondo,
sabiamente creciendo,
lentamente, hondamente, largamente,
pausadamente,
mar,
arduo, cansado mar,
padre de mi silencio.
Con tu narrativa has hecho si cabe, más bonito todavía Gijón. Abecés creo que las palabras dibujan mejor los paisajes, que el propio pincel de un pintor.
ResponderEliminarUn saludo Sol Pau.
Muchas gracias, Juan. Un abrazo
ResponderEliminarbello pasaje el que te ha disparado tu visita a tan amado lugar. tuve la suerte de conocer asturias en los 90, los picos de europa incluidos. recuerdo que paramos en gijón para comprar los famosos turrones y me estacioné junto a la playa de la foto mientras mi mujer iba en busca del manjar. por mi lado anduve en brasil, al norte de Salvador de Bahia. encontré a unos cuantos españoles "veraneando", o mas bien escapándole al calor de madrid o barcelona.
ResponderEliminarPese a lo mucho que me gusta mi tierra, me hubiera cambiado contigo sin dudarlo. De Brasil, solo conozco Río e Iguazú, y me encantaría volver. Te envidio Carlos.
ResponderEliminarSupongo que Bahia te fascinaría, por su cultura afro-brasil-portuguesa, su música, su comida, su mística. Y allí no más está el Morro de Sao Paulo y Boipeva, dos islas que bien valen las 6 horas de vuelo desde Madrid.
ResponderEliminarque sigan las buenas ondas...