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viernes, 30 de septiembre de 2011

José Manuel Sánchez Ron, "Laicismo y búsqueda de la verdad"


"No es difícil comprender el origen de las religiones, la necesidad psicológica de creer en un destino más allá de la muerte, en no perder para siempre a nuestros seres amados. Sin embargo, y aunque sea duro de aceptar, es evidente que no existe ningún motivo para que exista aquello que postulamos para satisfacer una inquietud emocional. Ni que para explicar el origen de algo sea aceptable postular un ente, un Dios, cuyo origen tampoco se puede explicar.

"Creo", escribió Bertrand Russell en 1925, "que cuando muera me pudriré, y nada de mi yo sobrevivirá. No soy joven y amo la vida. Pero despreciaría temblar de terror por el pensamiento de la aniquilación. Sin embargo, la felicidad no es menos verdadera porque pueda venir y marcharse, ni el pensamiento y el amor pierden su valor porque no sean eternos. Incluso aunque al principio las ventanas abiertas de la ciencia nos hagan estremecer de frío en el calor de los mitos humanos tradicionales, al final el aire fresco nos da vigor, y los grandes espacios son esplendorosos por derecho propio".

La ciencia, efectivamente, nos da si no vigor sí certidumbres y desde luego dignidad. Y ello independientemente de que sus resultados de hoy no sean seguros, pudiendo ser modificados mañana; independientemente de que podamos pensar que nunca será capaz de responder a la pregunta de "¿Por qué existe el mundo y las leyes que lo rigen?" Siguiendo los procedimientos científicos, seremos capaces de encontrar esas leyes, de desvelar, sin recurrir a ningún Dios, los caminos que siguió la energía primordial para convertirse en los seres que pueblan la Tierra, pero no de responder a esa vital pregunta, de la que se nutren, comprensible pero falazmente, las religiones. Parientes como somos, aunque lejanos, de seres como la humilde lombriz de tierra (nos lo enseñó Darwin) reconozcamos nuestras limitaciones.

En Madrid, Joseph Ratzinger también dijo que "sin Dios" sería arduo afrontar los muchos desafíos que plantea el mundo actual y "ser verdaderamente felices". Consistente con esta idea es la campaña en la que está empeñada desde hace tiempo la Iglesia católica para combatir el laicismo, al que ven como un gran mal. Pero el laicismo no es sino "la doctrina que defiende la independencia del hombre o de la sociedad, y más particularmente del Estado, respecto de cualquier organización o confesión religiosa". ¿Por qué esto es repudiable? ¿Piensa Ratzinger, y el cardenal Rouco, que ellos tienen el monopolio de virtudes como la solidaridad, la compasión o el ansia de justicia? Espero que no, porque ofendería a quien escribe estas líneas, que aun llamándome a mí mismo, con orgullo, laico, comparte algunos de los valores morales históricos que honran la confesión católica. Su insistencia en combatir el laicismo suena a mera lucha por el poder."

Extracto de un artículo firmado por José Manuel Sánchez Ron, publicado por el diario El País el 23 de Septiembre de 2011.

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