Salinas

Salinas es un pequeño pueblo costero asturiano del Concejo de Castrillón, vecino de la villa de Avilés, íntimamente ligado a mi familia y a mi primera infancia y, por lo tanto, muy querido por mí. Aquí pasaba los meses de verano mi familia materna y este pueblo nos recibía a mis abuelos, tíos, padres y hermanas en cuanto apuntaba julio. Pasear por sus calles, asomarme a sus jardines es rememorar mi infancia. Y cada día mi mirada se torna más nostálgica.













Su playa es una de las más extensas de Asturias, aunque en realidad es la suma de tres: la de Salinas, El Espartal y San Juan. Aquí tomé mis primeros baños, en esa playa mis primeras fotografías rebozada de arena, mis primeros castillos, los primeros pozos.













Salinas siempre ha sido un pueblo de veraneo de familias de la burguesía asturiana. Cuando comenzaba el verano, familias ovetenses al completo abrían las casas que el invierno había mantenido cerradas, y la vida social se reanudaba con algunas variantes. El Club de Tenis de Oviedo era sustituído por el Naútico de Salinas; los pequeños bares y restaurantes del pueblo hacían su agosto y los niños jugábamos en la playa o los jardines, nuestras familias organizaban fiestas de disfraces infantiles, se celebraban meriendas y cumpleaños en las casas de los mismos amigos con los que ibas al colegio. Un pequeño, cerrado y armonioso mundo.

























Reconozco las calles, con sus hileras de castaños de indias; los grandes pinos, con cuyas puntiagudas agujas nos hacíamos collares y pulseras, que vendíamos a otros niños tras improvisados mostradores; la higuera de mi jardín; la casa de mis abuelos.













Salinas ha crecido, ha sufrido algunas tropelías, han construido alguna torre que merece ser demolida y algunos chalets de gusto dudoso, pero todavía conserva la mayor parte de sus antiguas casas, y su sabor parece haberse mantenido suspendido en el tiempo. Gracias a los dioses.