Durante unos años seguí de cerca el trabajo de Soledad Sevilla, incluso escribí sobre algunas de sus exposiciones en el diario que durante aquellos años publicaba mis voluntaristas crónicas. Ya entonces centraba su interés en el orden geométrico. Lo constructivo, lo analítico, la belleza de lo exacto. Pero siempre había algo, un trazo, un signo levísimo, casi imperceptible, que parecía sublevarse, escaparse al orden rompiendo el equilibrio y humanizando el conjunto. Un halo poético.
Hacía tiempo que no me encontraba de frente con su obra, y el impacto al entrar en el Palacio de Cristal de Retiro, donde expone, fue enorme. Soledad ha construido una instalación que es una réplica exacta del antiguo invernadero, y casi del mismo tamaño. Y la ha metido dentro. Un palacio con dos pieles: la primigenia, de cristal, la recién nacida de aluminio y paneles de policarbonato traslúcidos de un azul noche. Como recoge el folleto que ilustra la exposición, el cielo parece estar dentro y fuera: "en el exterior el cielo solar y las nubes, dentro una reconstrucción imaginaria del firmamento nocturno con las formas básicas del edificio. Los cristales abren al cielo y en su interior encierran nuestro universo mental: el lenguaje, o más que eso, un universo de signos que dotan a la estructura con la vida y el sonido del habla."
Como veis, los paneles se abren a la luz a través de los signos de puntuación que "actúan como una constelación de herramientas sonoras y sirven para introducir la expresión en el lenguaje: la admiración, la pregunta, los silencios y las pausas de los puntos y comas (que son también tomar aliento y respirar), los paréntesis son hablar en voz baja o en un aparte, los acentos imprimen volumen y música a las palabras, los asteriscos y los guiones dirigen o sitúan los pensamientos colaterales...". Así, el espacio resulta a la vez externo e interno, un universo interior y exterior, una paradoja cargada de sentido poético.
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