A veces los domingos por la mañana, después de un segundo café y una primera ojeada a la prensa, salgo a caminar por Madrid, generalmente sin rumbo, dejando que el azar o el capricho me lleven donde gusten. A veces, si alguien despierta por algún motivo mi atención (su forma de caminar, un algo en su cara, en fin, cualquier cosa nimia) decido seguirle, no por un interés especial sobre su destino sino como excusa para fijar una dirección. Después de un rato algo acaba por distraerme y termino perdiendo su pista.
En esta ocasión se trata de una mujer joven de cuyas manos van dos niñas muy parecidas a ella, una más rubia que la otra, las dos con colas de caballo, abrigos azul marino y katiuskas. Hablan a la vez con su madre, caminan como dos gorriones y sacuden las coletas con sus aspavientos. Les calculo ocho y seis años. Me recuerdan a mi hija cuando tenía su edad y me veo a mi misma de su mano, las mañanas de domingo, camino del parque. Las sigo con una sonrisa nostálgica en los labios Martínez Campos abajo.
Entran en la Casa Museo Sorolla, uno de mis rincones madrileños preferidos del que os he hablado en más de una ocasión. Vengo a contemplar de nuevo sus cuadros, o a deambular por su casa y fisgar sus muebles y fotografías, imaginarme cómo sería su vida cotidiana entre estas paredes. Pero en ocasiones ni siquiera entro en la casa. Me quedo en el jardín, sentada en este banco, leyendo, o pensando en las musarañas, actividad a la que cada vez dedico más tiempo.
En cuanto entramos se sueltan de la mano de su madre y, a brincos, se dedican a alborotar por el jardín. Ya no me hacen gracia y espero impaciente a que entren en la casa. El jardín está precioso y quiero disfrutar de él a solas, y en silencio, si es posible.
Sorolla proyectó tres jardines para su casa madrileña. El primero, ante la fachada principal del edificio, es el que os muestro en la fotografía con la que abro el comentario. El tercero, donde encontramos la escalera que veis sobre estas líneas, con sus preciosos azulejos, y la fuente que encontráis a la izquierda; y el segundo, en el que hoy quiero detenerme. A él pertenecen el resto de las imágenes que os ofrezco. Es un rincón delicioso. Según la información aportada por el propio museo "el segundo jardín se construyó en 1917. El eje central está inspirado en el Patio de la Acequia del Generalife, con una línea de agua formada por la pileta baja, la acequia alimentada por los surtidores laterales y la alberca al fondo; y la presencia del "pilar granadino" (abajo a la izquierda) del siglo XVII, una fuente adquirida por el pintor en Granada en 1910.
A la inspiración granadina se añaden elementos clásicos: el togado romano procedente de Cástulo, que cierra la perspectiva del eje central, y la columnata con tirantes de hierro que separa los jardines segundo y tercero. Esta columnata se adorna con tres reproducciones de bronces pompeyanos: Fauno, Dionysos y Sátiro. Es el toque italianizante del jardín.
Sorolla proyectó los distintos ambientes de su jardín muy concienzudamente, según se desprende de la documentación conservada. En la casa, como parte de la exposición temporal sobre sus cuadros sobre Granada, de la que os hablaré uno de estos días, se pueden ver unos dibujos que forman parte de su proyecto, y dos óleos con el jardín como protagonista.
No volví a ver a las niñas ni a su madre, pero solo las recordé cuando emprendí el camino de regreso. Les estoy muy agradecida. El jardín está precioso en otoño.
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