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lunes, 19 de julio de 2010

Amador Rodríguez: la belleza de un concepto matemático convertido en mármol





















En Noviembre de 1979 conocí a Amador Rodríguez en la galería Kandinsky de Madrid, dónde exponía sus esculturas. Pero antes de cruzar con él una palabra, conocí su obra, y me atrapó. Recuerdo que la exposición presentaba una amplia muestra de su trabajo, con piezas escultóricas grandes, imponentes, en mármol y granito, y un conjunto de siete fruto del mismo desarrollo conceptual: la plasmación plástica de un concepto matemático, el tetraktys pitagórico.

Y una pieza me enamoró, la que os ofrezco en la cabecera de esta entrada. Su título es Tetraktys vertical, ondulante y ascendente, y está fechada un año antes. Es una pieza pequeña, de mármol negra, que inmediatamente apetece acariciar, y eso hice. La escultura existe para ser acariciada, no sólo contemplada, nunca me resigné a esa prohibición en museos y galerías. Y esta, en particular, ha nacido para sentir su piel en la mano. Sólo al acariciarla percibes esa suavísima vibración, ese latido, una tensión que parece surgir del eje de la pieza y se expande dulcemente hacia el exterior, hacia su piel. Una ondulación ascendente que varía en cada cara, dotándola de una cadencia que puedes leer también circularmente. Una belleza.

Amador me habló de su secreto, de la importancia del número diez en la naturaleza, de que el diez es la suma de los cuatro primeros números que, combinados en infinitas posibilidades, ofrecen un sin fin de formas que plasmar en la materia. No soy matemática, recuerdo que me perdí en sus explicaciones, pero sí llegué a entender que esa armonía, la exactitud de su belleza provenía de aquellos lugares misteriosos.

Nos hicimos amigos y mantuvimos un contacto frecuente durante los siguientes años. Él sabía de mi amor a esa pieza concreta y me animaba a comprarla, cosa totalmente fuera de mi alcance. Un día recibí una llamada suya. Me dijo que, ya que no podía adquirirla, había decidido no vendérsela a nadie más y, para que yo tuviera acceso a ella siempre que quisiera, la donaría al Museo de Bellas Artes de Asturias, de dónde ambos somos oriundos (yo de nacimiento, él de ascendientes y, sobre todo, de corazón). Y allí está.

Hace nueve años que murió Amador. Perdimos a un extraordinario escultor, y yo a un querido amigo.

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