Al menos una vez por semana me desplazo a uno de esos pueblos del norte de Madrid que ya se han convertido en una suerte de ciudades dormitorio, con mayor densidad de población que muchas capitales de provincia españolas. Suelo tardar tres cuartos de hora, tiempo que aprovecho para leer el periódico o divagar mirando por la ventana del autobús.
Hoy ha sido uno de esos días, y allí estaba yo, con el diario y un paquete intencionadamente colocado en el asiento de al lado. No es que me moleste la compañía, pero nada tan incómodo como leer un periódico a medias abierto, si no quieres invadir el espacio del vecino. Pues hete aquí que, aunque abundaban los asientos libres, se me sienta al lado una señora mayor, diminuta, con el pelo blanco muy corto, y una de esas caras lavadas de rasgos aniñados, ojillos de mirada pizpireta y gesto de jilguero cantarín que, gorgeando y dando saltitos en el asiento, me da los buenos días y, sin solución de continuidad, me traslada su contento por la bajada de temperaturas y la puntualidad del autobús, mientras se recoloca el bolso sobre el regazo y da pequeños estirones a su falda blanca plisada. Pese al calor, lleva una camisa blanca, de cuellos muy planchados, y una americana de rayas blancas y rosas. Hay en ella algo monjil. La miro, sonrío, y sigo leyendo. Ilusa de mi.
Titular del periódico: "Rabat cierra en falso su primavera árabe". La señora de rosa inclinada sobre mi diario: "Menudo rey ese, con esa cara de degenerado". Contesto con un sonido gutural y pretendo continuar la lectura. Imposible. La señora masculla pegada a mi oído. Paso página. Una información sobre Strauss-Khan. "Y ese, vaya sinvergüenza, aunque la guineana parece una fresca". La miro, atónita, y me devuelve una sonrisa angelical. Paso páginas mientras la escucho cloquear a mi lado. Reportaje sobre Rubalcaba: "No me fío de este. Vive aquí, cerca del Ambulatorio. Nos llevará a la ruina". "El oscuro discípulo del Papa", reza otro titular. La señora: "Y que me dice de la Iglesia. Yo soy católica, pero la verdad es que han hecho cosas terribles". "Beslusconeando", titula Elvira Lindo su artículo. "Fíjese, fíjese en este", y su dedo índice se clava en la cara de Berlusconi con tal fuerza que el periódico se me escapa de las manos. "Un anormal". En la página vecina, una foto de Pol Pot. "Y este pobre, vaya cara de sufrimiento".
A mi mirada de pasmo responde con su más beatífica sonrisa, mientras se alisa la falda. Cierro el diario y me concentro en el paisaje tras la ventana. Al cabo de un rato, sin decir una palabra más, se baja del autobús.
Jajajajaja. Esa sí que era una mujer con "criterio" aunque no supiese muy bien discernir de qué hablaba en según qué casos. Lástima, me habría encantado presencia la secuencia.
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