Mañana de domingo. Hace calor. Con la prensa bajo el brazo me dirijo a la terraza de siempre y, mientras tomo el segundo café del día, hojeo el periódico. Hoy no estoy para grandes discursos y mi mirada resbala por los titulares. Ni la democracia en peligro, ni el hallazgo de un, para mi gusto, horrendo cuadro de un joven Goya, ni el caso Strauss- Kahn, ni siquiera el espanto de la niña melillense de 15 años que se empeña en vivir oculta bajo un burka logran acaparar mi atención. Estoy desasosegada. Cierro el periódico y me ausculto. Aborrezco esta tristeza meliflua e injustificada que me asalta a veces, un lujo de países "refalfiados" (refalfiu: palabra asturiana que significa disfrutar de demasiados bienes y querer aún más, no darse por satisfecho con nada), de seres quejosos e infantiles, como yo. Recorro in mente todos los motivos por los que soy afortunada e intento sacudirme la tontuna de encima. Y recuerdo un poema de Benedetti.
Defensa de la alegría
Defender la alegría como una trinchera
defenderla del escándalo y la rutina
de la miseria y los miserables
de las ausencias transitorias
y las definitivas
defender la alegría como un principio
defenderla del pasmo y las pesadillas
de los neutrales y de los neutrones
de las dulces infamias
y los graves diagnósticos
defender la alegría como una bandera
defenderla del rayo y la melancolía
de los ingenuos y de los canallas
de la retórica y los paros cardiacos
de las endemias y las academias
defender la alegría como un destino
defenderla del fuego y de los bomberos
de los suicidas y los homicidas
de las vacaciones y del agobio
de la obligación de estar alegres
defender la alegría como una certeza
defenderla del óxido y la roña
de la famosa pátina del tiempo
del relente y del oportunismo
de los proxenetas de la risa
defender la alegría como un derecho
defenderla de dios y del invierno
de las mayúsculas y de la muerte
de los apellidos y las lástimas
del azar
y también de la alegría.
La alegría como una opción consciente. Dónde se ha ido aquella borrachera de luz que antes me arrastraba sin motivo, alegría irracional que tenía que ver con qué hace sol, o llueve, o es de noche y yo estoy viva? Presiento esa larga sombra oscura que deja tras de sí el paso del tiempo. De repente, me viene a la cabeza una frase: "A lo mejor todo lo que nos ocurre en la vida no es más que una larga preparación para abandonarla".
Desde hace tiempo, los fines de semana este grupo de amigos interpretan para los parroquianos algunos temas de jazz suave. Un saxo, una flauta y una guitarra. Resulta más que grato escucharles. Pero esta mañana sus Hojas muertas me remiten a mi infancia y alimentan mi melancolía. Es el paso del tiempo. Pero de repente recuerdo la risa cantarina de mi madre, su mirada sabia y risueña advirtiéndome: "No te quejes; la alternativa sería peor". Y como por ensalmo, desaparece la nostalgia.
Aquí os dejo esta preciosa canción, interpretada por Ives Montand, con imágenes del cementerio de Montmartre, de París. Disfrutad del día.
También creo, mi querida Sol, que la alternativa es peor. Reivindico la melancolía y la tontuna incluso melíflua y me caguenlaautoayuda de los imbéciles. La alternativa es peor y siempre nos quedará París, los grandes topicazos y canciones como ésta de Ives Momtand (pronunciado en francés, apretando el morrito) Y la palabra melancolía, una de las más bellas de nuestro idioma y del otro, "mélancolie".
ResponderEliminarUn beso muy grande.
Otro enorme para ti. Siempre nos quedará París, sí.
ResponderEliminarUn día tonto lo tiene cualquiera, y casi siempre sirve para algo: para darnos cuenta de lo infundado de nuestras sensaciones, o para apreciar aquello que parece habernos abandonado súbitamente y que sólo parece lejano por como nos sentimos. Sólo es eso, un día tonto.
ResponderEliminarEa, he dicho.