Mi madre

Mi madre es una belleza. Ya sé que no hay mortal para quien su madre no lo sea, pero en este caso mi aseveración es objetivamente incuestionable. Era una belleza a los veinte años y lo sigue siendo a los setenta. Una de esas bellezas rubias, altas y estilizadas, de andares elegantes, rodeada de un halo de encanto y calidez que no dejaba a nadie indiferente. Mis hermanas y yo la mirábamos con arrobo, como se mira a un hada. Recuerdo cuando venían a despedirse de nosotras, si salían a cenar, ella y mi padre, una pareja espléndida, a nuestros ojos infantiles tan arrebatadores como dos actores de Hollywood. Recuerdo mi orgullo cuando entraba en el colegio a hablar con las monjas, levantando una ola de admiración a su paso y, estoy segura, la envidia cochina de mis compañeras de clase.

Mi madre tiene el don de convertir en belleza cuanto toca. De ella heredé mi aversión a la fealdad, a todo lo inarmónico, a la vulgaridad. Puede mover centímetros un objeto sobre una mesa hasta encontrar su lugar exacto; hallar la perfecta composición al colocar los cuadros en una pared; hacer de una mesa para comer una obra de arte. Siente sincero interés por cualquier asunto y es capaz de prestar la misma atención a un diplomático contándole sus experiencias en Extremo Oriente que a un agricultor explicándole la manera correcta de cortar el cardo, ahora que estamos en temporada. Cuando le preguntan como está responde "muy bien gracias", sin caer jamás en la tentación de cargar al interlocutor con sus preocupaciones y tristezas. Además, es alegre como unas castañuelas; ve siempre la botella medio llena, jamás medio vacía; disfruta lo indecible de las pequeñas cosas y cada día le depara un sin fin de pequeños placeres que ella valora y atesora. Es compasiva y tolerante, jamás juzga negativamente a un semejante porque "para ello debería estar en sus zapatos" (sic), es humilde, leal y tiene un acusado sentido de la justicia. Y además de todo esto, es genial. Acaba de llamarme para decirme que un concursante de un programa de televisión que está mirando tiene "cara de puño de paraguas", para añadir inmediatamente que parece una "cabeza parlante". Mi madre no se ríe, se "tira al alto de risa"; no se divierte, se lo pasa "como los indios bravos". Si se te ocurre ponerte una horquilla en el pelo estás "Josefina". Isoli es nombre de costurera y no hay nada más cursi que "un repollo con lazo". Su amenaza predilecta es que "más vale que te lama un tigre" y cuando alguien se sale de lo normal "es más rara que un perro verde". Ella ignora lo graciosa que es y la luz que irradia a su alrededor. Os prometo que no exagero nada.