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martes, 26 de abril de 2011

La Posada del Peine, entre las calles Sal y Postas.

Comparto la opinión de los que afirman que lo mejor de Madrid es su carácter de pueblo grande, ese aire popular y chillón que le otorga frescura y calidez. Un Madrid de ropa tendida en los balcones, cuyos portales huelen a guiso y fritanga; el Madrid que, en verano, reune a las vecinas en las aceras, abanicándose sentadas en sus sillas de playa, el de las pequeñas tiendas de ultramarinos, las zapatillerias y los establecimientos de objetos religiosos. El Madrid que desayuna churros antes de ir al trabajo. Recuerdo a los afiladores de mi infancia: aún escucho el sonido de su voz anunciando su presencia, entrando por las ventanas de mi niñez. Y aquellos gitanos con una cabra o un mono a los que hacían bailar al son de una trompeta y un tambor, esperando que los vecinos les arrojaran una moneda por el balcón.













"Sus chulos, sus criadas, sus mendigos, sus sacamuelas, sus charlatanes, sus boticarios, sus carreteros, sus pellejeros, sus modistillas, sus horteras, sus soldados, sus organilleros, sus criminales, sus cajistas, sus monstruos, sus enfermos, sus encuadernadores, sus verdugos —aquellos verdugos que, ¡vaya por Dios!, iban perdiendo la afición—, sus chalequeras, sus peinadoras, sus tullidos, sus traperos, sus curas, sus zapateros y sus cigarreras, toda la abigarrada fauna ibérica de la que quiso rodearse, formó, en apretadas filas, en compacto y bullidor batallón, tras Solana, que gozaba, como un niño que descubre y que se inventa el mundo, sabiéndose escoltado por tan fiel —y saltarín y entrañable— guiñol de «cristobitas» de carne y hueso." Palabras que Camilo José Cela empleó para nombrar el mundo de Gutierrez Solana en su discurso de entrada en la Academia de la Lengua, y que describen perfectamente este abigarrado universo madrileño que me asalta mientras paseo por las inmediaciones de la Plaza Mayor. En la Posada del Peine, calle de la Sal esquina a Postas, vivió el extraordinario pintor y escritor de la España más negra y más entrañable. La Posada del Peine es una de las más antiguas de España, fundada en 1610, muy probablemente para alojar a los viajeros que llegaban a la capital en las diligencias y que se apeaban en la calle Postas. Debe su nombre al hecho de que, sobre el lavabo, ofrecía a sus huéspedes los servicios de un peine, eso sí, atado a un clavo mediante una cuerda para que no se lo llevaran.













Enfrente de la Posada se encuentra esta Antigua Relojería, sobre cuya entrada podemos ver un muñeco, diseñado por el dibujante Antonio Mingote, representando al relojero, tras un cartel que reza :"El relojero de la calle de la Sal". Muy cerca, una tienda de objetos religiosos, y algo más allá, flanqueando un Mcdonalds, un torero typical spanish convertido en señuelo para los turistas.












Junto a la Posada del Peine, en la esquina opuesta de la Sal con Postas, uno de los edificios madrileños cuya fachada está decorada con dibujos de Mingote. No es el único. El dibujante catalán, un enamorado de Madrid (ha comparado la ciudad con la mujer "sin la que no puedes vivir"), ha dibujado en la fachada de la casa que hace esquina entre la calle del Duque de Osuna y la calle de la Princesa; ha adornado, con dos murales, la estación de metro de Retiro; y es suyo también el diseño del carrillón del edificio Groupama, frente al Hotel Palace, en la Plaza de las Cortes.














En el carrillón podemos ver a un torero, una maja, Carlos III, la Duquesa de Alba y a Goya.



















Aquí les tenemos, tomando el fresco en el balcón. Una delicia.

1 comentario:

  1. De Madrid, ¡al cielo!
    Si te gusta más: ¡De Madrid, al cielo!
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    María.

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