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miércoles, 23 de noviembre de 2011

Brancusi&Serra en el Guggenheim


Negra blanca, de Brancusi. La materia del tiempo, de Serra. La obra de dos de los más grandes escultores contemporáneos frente a frente, en el Museo Guggenheim de Bilbao. Un diálogo abierto que te invita a volver una y otra vez sobre tus pasos, para intentar descubrir el origen de una sensación o apresar una intuición que se escapa, y que nació acariciando las paredes de La materia del tiempo pero se gestó ante la cabeza de Prometeo, de Brancusi. Qué obras tan distintas y cómo se armonizan en el recuerdo.













En esta exposición podemos ver treinta esculturas de Brancusi y nueve piezas de Serra, a veces compartiendo sala, otras en solitario. Me ha parecido una exposición extraordinaria. Serra confiesa que, siendo muy joven, entre 1964 y 1965 visitó en varias ocasiones el taller de Brancusi, recién abierto al público tras su muerte, y allí dibujaba incesantemente en un intento de capturar su atmósfera y la esencia de su obra. Continúa fascinado por "la forma en que dibujaba sus volúmenes".













Me resulta muy frustrante hablaros de unas obras cuyas reproducciones podéis ver, sí, pero no su textura, su luz, sus dimensiones, su volumen en relación con el entorno. Una pieza escultórica está concebida para ser "leída" desde todos sus ángulos. Es necesario girar a su alrededor, acercarse y sentir su opacidad o su brillo, esa pequeña rugosidad, una ondulación tenue pero definitoria. Me gustaría poder explicaros como las planchas de Serra definen un espacio mágico, cómo cada una de ellas resulta ser un lienzo de bellísimas texturas. La pieza Juego de naipes que veis arriba, a la izquierda. Cuatro piezas de acero apoyadas unas sobre otras. No me cansaba de mirarlas. Cómo se puede conseguir esa sensación de gravidez y liviandad a un tiempo. Se apoyan entre ellas con ligereza, un equilibrio inestable que inspira, sin embargo, solidez. Y los ángulos abiertos a la luz que dibujan, perfilando espacios.














"Brancusi se ha impuesto la tarea, sumamente difícil, de concentrar todas las formas en una sola", escribió Enzra Pround. El viaje emprendido por Brancusi desde la figuración hasta la pureza esencial de algunas de las obras que vemos en el Guggenheim resulta fascinante. A la derecha, Prometeo. De toda su serie de cabezas sobre un pedestal fue esta la que me atrapó definitivamente. La reproducción es mala, no sé si podréis daros una idea. Si os fijáis en la sombra que proyecta comprobaréis que es poco más que una pieza oval. Pero nada más lejos. Ahí se representa un rostro, no solo la oreja y la nariz, las formas más evidentes; también el arco de las cejas, el abultamiento de los párpados, la redondez de los pómulos y el hueco de las sienes, la sombra de una sonrisa. Un rostro vivo en el levísimo latir de la piedra. Un palpito sutil que se desvela solo si lo escuchas.
















El beso
, pieza emblemática de Brancusi. Frente al modelado, la permanencia del bloque, el protagonismo de la piedra. No es posible mayor fusión amorosa que esta piedra casi sin desbrozar, abrazándose a si misma, todo quietud. Qué coraje no poder acariciarla, burlar la presencia de los vigilantes. Logré despistarlos al acercarme a los cubos de Serra que veis a la derecha. Dos piezas sorprendentes. ¿Cómo es posible que Serra logre inculcar vida a estas planchas de acero? De cerca no son lo que parecen. Sus aristas se curvan y estiran; los ángulos se redondean; las caras se abomban como si fueran elásticas y albergaran un corazón; su piel, mil colores y texturas. Parecen quietas y silenciosas, pero no es esa la sensación que me producen.

















Un Pájaro, una Musa dormida. Qué belleza de exposición.

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