Giverny, el jardín de Monet

Monet, el pintor jardinero. Lo cultiva y lo pinta. Lo cuida como un pedazo del edén, cuida su textura y su fragancia, su luz y su paleta. Lo mima, y lo pinta.


A finales del siglo XIX comienzan a abrirse los jardines reales a los ciudadanos, y nacen los parques públicos, lugares de ocio y esparcimiento, lugares para la vida social. Por otra parte el comercio con Asia, África y América propicia la entrada en Europa de flores exóticas, y los europeos se aficionan a cultivar sus jardines. Los pintores impresionistas no son ajenos a este nuevo deslumbramiento. Ellos, enamorados de las sensaciones, de lo inmediato, del aquí y el ahora de una luz, de un aroma, no podían ser indiferentes a este estallido de vida.















Monet cuida y pinta una y otra vez su maravilloso jardín, en Giverny. Pinta senderos, sauces llorones, peonías, nenúfares, rosas trepadoras, lirios, árboles, el puente japones. Octave Mirbeau visita al pintor en su casa de Giverny en 1891 y le retrata con estas palabras: "En mangas de camisa, las manos negras de tierra, el rostro tostado por el sol, feliz de cultivar semillas en su jardín siempre deslumbrante de flores". Deslumbrante, esa es la palabra para describir la luz que desprenden estos cuadros. "Cuadros embriagadores que pueden inhalarse y olerse", escribe Mirbeau.

Sería este el aspecto con el que le encontró el escritor?














Y el puente japonés, sobre el estanque que pintaría docenas de veces, y los nenúfares. Esta fue su casa, actualmente cerrada al público pero que podrá volver a ser visitada a partir de abril de 2011.

"Tal vez le deba a las flores el haber sido pintor", escribió.

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