


Los sepulcros son impresionantes. El más bajo de los dos corresponde a los Reyes Católicos, realizado por el florentino Domenico Alexandro Fancelli en mármol de carrara, y el más alto a Doña Juana la Loca y Felipe el hermoso, obra del burgalés Bartolomé Ordóñez. Pero los restos de todos ellos se encuentran en una cripta situada debajo de los sepulcros, que os muestro en la fotografía de la derecha. En unas cajas de plomo Isabel y Fernando, en el centro, y Doña Juana y Don Felipe a los lados. En un tercer ataúd el infante Miguel de Portugal, hijo del rey don Manuel y de Doña Isabel, Princesa de Asturias, hija mayor de los Reyes Católicos.


La capilla no es muy grande y resulta acogedora. Tras el altar, un impresionante retablo barroco obra de Felipe de Bigarny, realizado en madera policromada, de estilo plateresco. Las figuras tienen talla normal y parecen estar a punto de escaparse del retablo. La escena de la pasión de Jesús en la que la Virgen recoge a su Hijo, en la zona superior derecha, tiene clara influencia de La Piedad de Miguel Ángel.

Pero quizá lo que más me llamó la atención de la Capilla Real sean los tesoros que guarda en su sacristía. Aquí se muestra la colección privada de pintura de la Reina, compuesta por algunas piezas extraordinarias, comenzando por el Tríptico de la Pasión, obra de Jacobo Florentino, jalonada por dos estatuas orantes de Fernando e Isabel.


La Natividad y La Piedad forman parte del Tríptico de la Virgen, de Van der Weyden. Me entusiasma la obra de este maestro flamenco. Fijaos en La piedad, la figura de la madre, el rostro deshecho junto al de su Hijo muerto, su abrazo, esa forma de atraerlo hacia ella, de infundirle calor. Me conmueve el realismo de los rostros. Y esas perspectivas que el pintor consigue con los paisajes en la lejanía, ciudades irreales en escenarios idílicos, contrapunto del dramatismo de la escena central.

