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lunes, 27 de diciembre de 2010

Bilbao

Una masa densa de nubes gris marengo aplasta las azoteas de Bilbao, dibujando un pasadizo entre el techo nuboso y el suelo brillante de agua en el que parece no haber amanecido. Este es el panorama con el que llego a la capital vasca a mediodía de un día entre semana, a esta ciudad que me recuerda tanto a la mía, a Oviedo, rodeada de montes, con las fachadas ennegrecidas y ese aire antiguo y señorial, como la canción de la Pradera, que me hace sentir en casa.
















He elegido un hotel frente al Guggenheim y, al llegar, se produce el milagro. Se abre una grieta entre las montañas de nubes y el sol ilumina el museo. Las placas de titanio se vuelven doradas, su silueta se refleja en las losas de caliza húmeda del pavimento. Este museo es una joya a la que la luz viste caprichosamente de colores. Un espectáculo extraordinario.


















Ha dejado de llover. La ciudad brilla. Camino por la Gran Vía de Bilbao, veo pasar a la gente, abrigada y presurosa, con esa distinción característica. Me entretengo contemplando las magníficas fachadas de sus edificios, los escaparates de las tiendas. Y recuerdo el poema de Blas de Otero, poeta bilbaíno:

"Si algo me gusta, es vivir.

Ver mi cuerpo en la calle,

hablar contigo como un camarada,

mirar escaparates

y, sobre todo, sonreír de lejos

a los árboles..."

Blas de Otero habla en muchas ocasiones de Bilbao en sus poemas, explícita o implícitamente. Pero el suyo es el Bilbao industrial, indigente, beato, adúltero e hipócrita de aquella época oscura. Es el infierno que algunos autores vascos de este siglo y de finales del anterior satanizaron. El que encontramos en su poema Muy lejos.

Y ahora, mientras escribo, ya en Madrid, en mi casa, recuerdo Bilbao, estación terminal, poemario de Miguel Rojo, poeta asturiano, amigo. Me levanto, me dirijo a los estantes de poesía, busco y, !oh sorpresa¡, otro libro que no ha sido devorado por el mostruo de los libros, ese que se esconde tras mi librería y se alimenta de todos los ejemplares que van desapareciendo de mis baldas. Me dejo mecer por sus palabras: "Na memoria del agua/siempre llueve./Na mía/cuando m'alcuerdo d'aquel día/aquel viaxe/tamién."

Llovía en Bilbao, pero a mi la lluvia me abraza, levanta esos olores de la tierra que necesito tanto como el comer, y que tanto añoro.

Al día siguiente, amaneció despejado sobre la Villa del Nervión. Paseando crucé la ría, me detuve en un mercadillo de artesanía junto al teatro Arriaga, almorcé en el Café Boulevard del que hablé hace algún tiempo, uno de los establecimientos con más encanto de Bilbao, y recorrí el casco antiguo donde descubrí este estupendo grafiti que os muestro.












Así le canta Ute Lemper a la ciudad. Me encanta este Bilbao song compuesto por Kurt Weill musicando el poema de Bertolt Brecht.



1 comentario:

  1. Creo que los pavos de la familia real noruega, tambien van a ir a Bilbao y "of course" vivirán como los bilbáinos, beberán chacolí y por supuesto verán ese mural del casco viejo esquina J.ETXEBARRIA "KAMAROI" KANTOIA. Seguro que despues del viaje "asiático" y tras vivir como el "pópolo", no irán al maravilloso museo que muestras, pues como serán "paletos", no les dejara, entrar. Además, y dicho sea de paso, seguro que es el frio, pero el/lo/la responsable del comunicado tiene las neuronas congeladas y no para ver cultura. Bonitas fotografías.

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