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jueves, 23 de diciembre de 2010

Paul Strand, la fotografía como documento


Su obra está lejos de lo que se consideraba arte en fotografía, estatus por el que sin embargo los fotógrafos llevaban décadas luchando aunque por el equivocado camino del sentimiento y la belleza evidentes. Precisamente es la obra de Paul Strand la que culmina esa evolución formal mediante la ruptura que miraba a los hechos directamente, con un estilo que vino a llamarse documental, y estaba pensado para representar las cosas en relación a sí mismas, aparentemente sin intervención, de una manera precisa, sin emociones ni tendencia a la idealización. En resumen, como puros documentos que minimizan sus cualidades estéticas. Por primera vez, la fotografía como obra de arte podía tener la misma apariencia que cualquier otra fotografía y mostrar cualquier cosa, desde una habitación paupérrima y desolada de Alabama hasta un pasajero del metro de Nueva York ensimismado en sus pensamientos. La cualidad artística estribaba únicamente en la claridad, la inteligencia y la originalidad de la percepción del fotógrafo.














Este nuevo estilo directo que se nutre de temas a veces agresivamente ordinarios, que elimina las barreras entre lo bello y lo feo, lo importante y lo trivial, será el que en la década de los treinta facilite la penetración de la estética moderna en la fotografía americana y, a la larga, el que proporcione las herramientas básicas a otros muchos fotógrafos y artistas de las generaciones siguientes para construir su obra. Pero con su aparente frialdad podía resultar un estilo inmensamente rico en contenido expresivo, capaz de encontrar poesía y complejidad en los recursos internos de la tradición americana, evitando todo romanticismo, sentimentalidad y nostalgia. Por fin aparecía una alternativa duradera a la tradición.

















A los 12 años su padre le regala una cámara, y en ese momento comienza una vocación que ha de llevar a Strand a convertirse en uno de los máximos exponentes de la fotografía norteamericana. Como su maestro, Alfred Stieglitz, huye del pictoralismo en la fotografía, a la que concibe como el modo más auténtico y honesto de plasmar la realidad tal y como es, sin concesiones a la belleza, el romanticismo o consideración moral alguna. Strand fotografía lo que ve. Documenta la vida, fija el mundo que le rodea.


















En los años 30 Nueva York se alza en nuevas y vertiginosas construcciones que el fotógrafo capta, enamorado de sus líneas puras, de sus vacíos. Pero con el mismo espíritu muestra los rostros de los emigrantes que recorren sus calles, los capta en su medio y dispara, sin manipulación alguna. Una fotografía limpia, una mirada imprescindible.

3 comentarios:

  1. Hola, sol pau:y sin embargo ¿crees que en las fotografías que ilustran tu excelente reseña no hay NADA de artística preparación? Siempre pugna el arte por ampliar los cánones expresivos de percepción y plasmación de la realidad, pero ¿plasmarla tal cual ésta es? ¿no es indispensable cierta "manipulación", aun cuando deba esta pasar inadvertida para que lo artístico resplandezca? Porque hacer fotos al mero azar... en fin, lo de El Jarama de Sánchez Ferlosio.

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  2. Quizá más que de "manipulación" yo hablaría de un afán de trascender la imagen que se proyecta, pero con la intención de hallar la belleza en la realidad tal cual es, sin los afanes esteticistas anteriores que acercaban más la fotografía a lo pictórico, no crees? En cualquier caso no soy una experta en absoluto. Y estoy contigo, el azar brilla por su ausencia. Cada motivo está muy intencionadamente elegido. Gracias de nuevo por tus comentarios.

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  3. La comitiva de viandantes en la primera fotografía no me parece precisamente casual, como tampoco la fotografía en su conjunto, sin embargo me parece perfecta aunque, bajo mi prisma, no me parezca... documental. Fantástica.

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