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viernes, 17 de diciembre de 2010

Tánger, ciudad internacional


Vuelvo a Tánger después de casi una década. Nada es igual y sin embargo reconozco con facilidad la ciudad que me enamoró hace veinte años, la que enamoró a Jane y Paul Bowles hace sesenta.































Tánger, ciudad internacional gracias al tratado de Fez de 1912, en la que representantes de todas las potencias de la época sostenían una lucha soterrada e implacable por conquistar la puerta de África. Una ciudad compartida por árabes, franceses, ingleses, españoles, norteamericanos y gentes provenientes de mil lugares, por todos ambicionada. Después de la segunda gran guerra, destino de artistas, escritores, intelectuales y aventureros. Tánger era el paraíso de la transgresión y un puerto abierto para mercenarios, millonarios, cazafortunas, traficantes y espías. Y artistas. Matisse quedó fascinado por la ciudad, y pintó muchos de sus rincones y a sus gentes, tal como lo había hecho Delacroix en su viaje por tierras marroquíes y argelinas en 1832.















"En diciembre de 1949 me había embarcado en Amberes en un carguero polaco con destino a Colombo. Cuando cruzamos el estrecho de Gibraltar era de noche y yo me hallaba en cubierta contemplando los destellos del faro de Cabo Espartel, el punto más noroccidental de África. A medida que navegábamos hacia levante, empecé a distinguir las luces de algunas de las casas de la Montaña Vieja. Más tarde, cuando nos acercamos más a Tánger, se espesó sobre el mar una ligera bruma que dejó a la vista sólo el resplandor de las luces de la ciudad reflejado en el cielo. Fue entonces cuando sentí un deseo irracional e imperioso de quedarme en Tánger". Así describe Paul Bowles su deslumbramiento en su novela Déjala que caiga.













Él "no se consideraba un turista: era un viajero. La diferencia, explicaba, radica en parte en el tiempo. Mientras el turista suele apresurarse por volver a casa al cabo de pocas semanas o de pocos meses, el viajero, sin pertenecer más a un lugar que al siguiente, se desplaza despacio y durante un período de años de una parte de la tierra a otra", escribe refiriéndose a Port, el protagonista de El cielo protector, su novela más conocida. Y añade : "Otra diferencia importante entre un turista y un viajero es que el primero acepta sin reservas su propia civilización; no así el viajero, quien la compara con las demás y rechaza aquellos elementos que no son de su agrado". Quién pudiera ser viajero, y no un mero turista dispuesto, eso sí, a mirar con los menores prejuicios posibles y poner en tela de juicio en cualquier momento lo divino y lo humano.













Los Bowles funcionaron como un imán para otros muchos artistas que se congregaron en torno a ellos: Truman Capote, William Burroughs, Allen Ginsberg, Tennessee Williams, Gregory Corso, Francis Bacon, Timothy Leary y hasta los Rolling Stone.












Pienso en ello mientras camino por la medina y observo el ir y venir de la gente, en algunos casos no muy diferente a la que ellos verían deambular por estas mismas callejuelas. Pero no todo es la medina, y en el resto de la ciudad se palpa la transformación que ha sufrido el país en estos años. Aunque han sido pocas las mujeres que he visto sin pañuelo cubriéndoles la cabeza, abundan los vaqueros y las zapatillas de deporte. Sentada en un café, frente al mar, escucho por primera vez a Cheb Khaled y al buscarlo en YouTube para ofrecéroslo encuentro este precioso vídeo en el que comparte una seguiriya con el maestro Morente en la Alhambra de Granada. Un lujo escucharlos juntos, mientras podemos ver algunas imágenes de la vida en el norte de África en los años 40.



En lo alto de la kasbah, en la Alcazaba, junto al palacio de Dar el Makhzen, sultán del siglo XVII, hay un pequeño café blanco y azul con terrazas superpuestas, desde la última de las cuales se contempla una vista imponente de la ciudad, el puerto, la plaza y las azoteas. En la plaza, dos mujeres caminan de la mano, las cabezas envueltas en los pañuelos, cubiertas con caftanes. Un hombre con chilaba da la mano a una niña de corta edad, un grupo de niños juega al fútbol.












Va cayendo la tarde, el cielo se va cubriendo de nubarrones. A las 6,30 comienza a cantar el muecín llamando a la oración desde la mezquita más próxima, dos minutos después se superpone la voz de otro, algo más lejana. El efecto es mágico.

2 comentarios:

  1. Un blog muy interesante por el que te felicito.

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  2. Muchas gracias Pilar, eres muy amable. Espero contar con tus comentarios a menudo. Un abrazo

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