El primer enterramiento del que se tiene noticia data de 1849. Su orografía determinó que se estructurara en dos terrazas escalonadas, lo que permitió a la burguesía luarquesa erigir sus panteones en zonas estratégicas. Pero, al margen de la belleza arquitectónica de estos, este pequeño cementerio tiene un enorme encanto.
Quizá la tumba más visitada es la que os muestro sobre estas líneas, donde se encuentran los restos de Severo Ochoa (Premio Nobel de medicina en 1959 y vecino de Luarca) y su mujer, Carmen Grande Covián. Una placa de mármol sobre la lápida reza: "Aquí yacen Carmen y Severo Ochoa. Unidos toda una vida por el amor. Ahora eternamente vinculados por la muerte". Ni una referencia a los honores recibidos por el científico.
Los arquitectos más importantes de la región fueron los encargados de proyectar los enterramientos de las familias más pudientes. A la derecha, el panteón de la familia de Ramón García, firmado a comienzos de los años veinte por Julio Galán Carvajal, compuesto por dos cubos superpuestos que corresponden a la cripta y la capilla, un cuerpo ochavado de tejado octogonal de pizarra. Revestido de piedra, los ornamentos son de temática geométrica y vegetal.
Me gusta especialmente el panteón de doña Germana González Rico, que os muestro arriba a la izquierda, una construcción neorenacentista de los primeros años del siglo XX, proyectado por Juan Miguel de la Guardia, responsable de muchos de los edificios más hermosos y emblemáticos de Oviedo. En la parte alta del promontorio se encuentra la Capilla de la Virgen Blanca, que veis a la derecha.
Y al otro lado de la atalaya se recorta la costa y esas casas colgando al borde del acantilado. Y cierro con dos imágenes sobrecogedoras: la tapia del cementerio, donde fueron fusiladas decenas de personas durante la Guerra Civil, y la panorámica que se contempla desde ella.
Magnífico retrato del cementerio de Luarca que, como muy bien dices, es de una belleza difícilmente igualable.
ResponderEliminarHace 20 años Asturias perdió al investigador más brillante de su Historia, el profesor Severo Ochoa Albornoz. Es una fecha para honrar la memoria de aquel paisano irrepetible pero también para recordar el ignominioso trato que su tierra le dio, tanto en vida como en muerte.
Tras su jubilación en EEUU, hubo un intento para lograr la forma de que ejerciese su magisterio en Asturias a través de la universidad de Oviedo; pues bien, qué dijeron los prebostes académicos de mi universidad: "¿cómo va a venir si no es catedrático?". La vergüenza que producen estas palabras es para no descritas.
Pero aún hay muchísimo más. Tal cómo denunció el diario La Nueva España en su día y antes de ayer, el último viaje del profesor fue en total soledad, hasta el punto de que el coche fúnebre con sus restos mortales permaneció al medio día en un aparcamiento sin ni siquiera un perro fiel que le acompañase mientras el conductor comía en un restaurante.
¿Dónde estaba el señor presidente del Principado, Antonio Trevín Lombán?, ¿dónde el señor rector magnífico de la universidad, Santiago Gascón Muñoz?, ¿dónde un acreditado representante del Gobierno nacional?, ¿dónde la Casa del Rey? ¿Acaso este país, donde los mayores tuercebotas llegan a lo más alto, anda sobrado de premios nobel de Mediciana con reconocimiento universal?
España y Asturias tienen aún en la obligación moral de reparar aquel comportamiento indigno aunque, francamente, tras dos décadas de espera uno se da por vencido.
Es muy justo añadir que Luarca sí ha mantenido en todo momento viva la luz de su querido hijo.
Para no mezclar temas, otro día te hablo de los infames fisilamientos que se produjeron en el paredón que reproduces.
Mil besos, reina.
Tierra de patanes, José, por no decir de malnacidos. Gentuza. Pero mejor aguardar solo en un estacionamiento que viajar en compañía de una caterva de cenutrios. Un beso, cielo
EliminarDurante los tres primeros meses de la Guerra Civil, hasta la toma de Oviedo por las tropas sublevadas, Luarca se constituyó en Cuartel general franquista, tanto militar como civil, de al menos el litoral occidental de Asturias. Allí se trasladaron centenares de presos de los concejos que iban ocupando para ser juzgados en sumarísimos consejos de guerra. La gran mayoría de las condenas eran a muerte, ejecuciones que se llevaban a cabo en el muro exterior del cementerio que bien reflejas en la penúltima foto. Se dieron casos de reos fugados previamente a su fusilamiento o porque el pelotón deliberadamente no disparó a matar que, tiempo más tarde, fueron nuevamente detenidos, juzgados e ¡indultados!
ResponderEliminarEn una época de mi vida laboral tenía un buen amigo llamado el Pintu, viejo minero conocedor de todo lo imaginable de la posguerra en las cuencas mineras asturianas, que no dejaba de contarme tragedias a cada cual mayor. Un día le pregunté: "Pintu, ¿y porqué todas esas barbaridades?" Mirándome a los ojos me respondió: "Mire, don José, todo yeren envidies y malos quereres".
Desde el mejor de mi querer te mando mil besos a la luz del otoño que, como tu, adoro.
Un horror, José. Y muchos de ellos seguirán enterrados en cunetas. Qué espanto.
Eliminar