Una gabardinina para el otoño
Veni l’autumnu… En la memoria, tarareándola, llevaba una de
las canciones de Franco Battiato que más me gustan, una canción que canta en
siciliano, y que es, como el alma humana, triste y alegre a la vez. Una canción
muy sentimental, que a veces parece que está en asturiano (chi estranu e
complicatu sintimentu); paseaba con los míos por el muro de San Lorenzo, muy
feliz y echando de menos a amigos antiguos y recientes. Echaba de menos a
Martín López-Vega, que ya anda por Iowa delimitando horizontes, y echaba de
menos a Isaac Xubín, un poeta gallego que vive en Irlanda con quien bebí, el
brazo descuidado sobre su hombro, unos golpes de aguardiente mientras
hablábamos de Seamus Heaney y Xosé Lois Méndez Ferrín en la Isla de San Simón
en la ría de Vigo. Echar de menos, por cierto, en un expresión importada de
Portugal a nuestra lengua: no se echa de menos, sino que se «acha» de menos.
Achar en portugués significa encontrar y quien encuentra de menos, quien en la
ausencia presiente la presencia, pues sufre saudade, melancolía, señaldá. Yo
había venido con los míos a pasear por el Muro de San Lorenzo y saludar, como
conviene, al otoño. El mar bravo, la luz oblicua, el nordeste que nos recuerda
nuestra condición de hombres sin raíces que se abrazan, en las esquinas del
aire, cada uno en su soledad.
Por la playa, mientras la marea subía, los pasos alegres de
mi hija tras el cachorro Bernardo. Bernardo, de cuatro meses apenas, nació en
Cabo de Gata y allí, en la playa de San José, lo encontramos abandonado. Fue él
quien eligió ser de Lena, pues el instinto del amor es así: entrega libérrima
que no admite elección para quien lo siente; Bernardo, un pintcher sin pedriguí
que se sepa, un perro-hámster como lo llama Lena, también echará de menos la
luz de otros días. Ahora ya comienza a comer de su plato pero hubo que
enseñarle; al principio sólo comía de la mano o se arriesgaba con la comida que
robaba con gran ingenio a los gatos. Ahora está aquí, en la playa, feliz y con
frío. ¿Me entenderán si digo que le quiero comprar una gabardinina? La ternura
es frágil como las campanas del silencio.
El mar se levantaba erizado con olas de cuatro o cinco
metros; la marea avanzaba impaciente; y de repente sucedió la calma, una calma
inexplicable, y la mar se puso bella, llana como la luna en la pupila de un
niño, como el aliento de quien se ama y que llega, casi casi, al beso. En un
momento puede suceder cualquier cosa: una llamada por teléfono, una mirada, un
relámpago de sentido en el cielo de la confusión.
Veni l’autumnu, tarareaba con el pie del corazón mi memoria;
ha llegado el otoño me decía yo advirtiendo en la decadencia una promesa
inequívoca de primavera. Estaba aquí con su viento cálido a veces, con su
nordés impaciente otras, iluminando con su rumor de gaviotas hambrientas
cámaras secretas donde las palabras con verdad se esconden. Lo había advertido,
pero no tan claramente como ahora. Esa luz que envuelve nuestras vidas debe de
ser la estela de un barco donde un dios, quizás aquel Bran de las sagas, se ase
firmemente al timón surcando la eternidad del instante. También él, como usted
y como yo, teme naufragar.
Xuan Bello, diario El Comercio, 10 de noviembre de 2013. La
fotografía es de Susana Muns
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