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domingo, 17 de noviembre de 2013

"Una gabardinina para el otoño", por Xuan Bello


Una gabardinina para el otoño

Veni l’autumnu… En la memoria, tarareándola, llevaba una de las canciones de Franco Battiato que más me gustan, una canción que canta en siciliano, y que es, como el alma humana, triste y alegre a la vez. Una canción muy sentimental, que a veces parece que está en asturiano (chi estranu e complicatu sintimentu); paseaba con los míos por el muro de San Lorenzo, muy feliz y echando de menos a amigos antiguos y recientes. Echaba de menos a Martín López-Vega, que ya anda por Iowa delimitando horizontes, y echaba de menos a Isaac Xubín, un poeta gallego que vive en Irlanda con quien bebí, el brazo descuidado sobre su hombro, unos golpes de aguardiente mientras hablábamos de Seamus Heaney y Xosé Lois Méndez Ferrín en la Isla de San Simón en la ría de Vigo. Echar de menos, por cierto, en un expresión importada de Portugal a nuestra lengua: no se echa de menos, sino que se «acha» de menos. Achar en portugués significa encontrar y quien encuentra de menos, quien en la ausencia presiente la presencia, pues sufre saudade, melancolía, señaldá. Yo había venido con los míos a pasear por el Muro de San Lorenzo y saludar, como conviene, al otoño. El mar bravo, la luz oblicua, el nordeste que nos recuerda nuestra condición de hombres sin raíces que se abrazan, en las esquinas del aire, cada uno en su soledad.
Por la playa, mientras la marea subía, los pasos alegres de mi hija tras el cachorro Bernardo. Bernardo, de cuatro meses apenas, nació en Cabo de Gata y allí, en la playa de San José, lo encontramos abandonado. Fue él quien eligió ser de Lena, pues el instinto del amor es así: entrega libérrima que no admite elección para quien lo siente; Bernardo, un pintcher sin pedriguí que se sepa, un perro-hámster como lo llama Lena, también echará de menos la luz de otros días. Ahora ya comienza a comer de su plato pero hubo que enseñarle; al principio sólo comía de la mano o se arriesgaba con la comida que robaba con gran ingenio a los gatos. Ahora está aquí, en la playa, feliz y con frío. ¿Me entenderán si digo que le quiero comprar una gabardinina? La ternura es frágil como las campanas del silencio.
El mar se levantaba erizado con olas de cuatro o cinco metros; la marea avanzaba impaciente; y de repente sucedió la calma, una calma inexplicable, y la mar se puso bella, llana como la luna en la pupila de un niño, como el aliento de quien se ama y que llega, casi casi, al beso. En un momento puede suceder cualquier cosa: una llamada por teléfono, una mirada, un relámpago de sentido en el cielo de la confusión.
Veni l’autumnu, tarareaba con el pie del corazón mi memoria; ha llegado el otoño me decía yo advirtiendo en la decadencia una promesa inequívoca de primavera. Estaba aquí con su viento cálido a veces, con su nordés impaciente otras, iluminando con su rumor de gaviotas hambrientas cámaras secretas donde las palabras con verdad se esconden. Lo había advertido, pero no tan claramente como ahora. Esa luz que envuelve nuestras vidas debe de ser la estela de un barco donde un dios, quizás aquel Bran de las sagas, se ase firmemente al timón surcando la eternidad del instante. También él, como usted y como yo, teme naufragar.



Xuan Bello, diario El Comercio, 10 de noviembre de 2013. La fotografía es de Susana Muns

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