Dicen de él que es, si no el mejor, uno de los mejores violinistas del mundo Y posee un Stradivarius. adquirido por una fortuna en una subasta de Christies, que perteneció al violinista y compositor francés Rodolphe Kreutzer. Mi inexperiencia me impide valorar en su medida el extraordinario sonido de tan valioso instrumento, pero os puedo asegurar que es una gloria escucharlo. Pese a que el violinista ruso aparcó el violín durante unos años para dedicarse a la dirección, aseguran los críticos que su regreso, hace dos años, le confirma como uno de los mayores virtuosos de la actualidad. Hace unos días nos ofreció en el Auditorio un concierto memorable, acompañado de una menos recordable Polish Chamber Orchestra, a la que dirigía simultáneamente. Me da la impresión de que este hecho le hurtó algo de brillantez al conjunto, aunque su actuación fue excelente. Imagino el delirio si hubiera sido la Filarmónica de Berlín, por ejemplo, quien le arropase.
Me gustó mucho el programa, comenzando con los Conciertos núm. 4 y 5 de Mozart (y eso que no es el compositor que más me conmueve: el Núm. 5 es una preciosidad), pero fue la segunda parte, dedicada a Chaikovsky, la que me hizo volar. Entre los compositores rusos y yo debe haber algo personal, seguro. Su pasión, sus sentimientos desgarrados, lo excesivo de su temperamento tienen en mí un eco inmediato. Primero fue la Serenata melancólica, luego el Recuerdo de un lugar querido (absolutamente maravilloso) y, para terminar, el Vals-Scherzo Op. 34. Una delicia. Dado el entusiasmo del respetable, nos regaló dos piezas de Saint-Saëns, una Habanera y la Introducción y rondó caprichoso, esta última solo apta para virtuosos, en la que se lució.
Os dejo con la Serenata melancólica:
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