"- No se usted -dice-, pero yo no he olvidado del todo el pasado. Puede que los detalles se hayan vuelto un poco borrosos, pero la sensación de cómo era la vida antes sigue siendo bastante intensa. Los hombres y las mujeres, por ejemplo: dice que ha superado esa manera de pensar; yo no, sigo sintiéndome un hombre y notando que usted es una mujer.
- Estoy de acuerdo. Los hombres y las mujeres son distintos. Tienen que desempeñar papeles diferentes.
Los dos niños, en el asiento de delante, están susurrando y riéndose. Él toma la mano de Elena entre las suyas. Ella no intenta soltarse. No obstante, de ese modo inescrutable en que habla el cuerpo, su mano responde. Muere como un pez fuera del agua.
- ¿Puedo preguntarle -dice- si es capaz de sentir algo por un hombre?
- No es que no sienta nada -responde ella despacio y midiendo las palabras-. Al contrario, siento buena voluntad, mucha buena voluntad. Por usted y por su hijo. Afecto y buena voluntad.
- ¿Por buena voluntad se refiere a que nos desea lo mejor? Estoy intentando entenderlo. ¿Siente benevolencia por nosotros?
- Sí, eso es.
- Debo decirle que esa benevolencia es lo que encontramos constantemente. Todo el mundo nos desea lo mejor y está dispuesto a ayudarnos. Nos vemos transportados literalmente por una nube de buena voluntad. Pero todo es un poco abstracto. ¿Puede la buena voluntad satisfacer por sí sola todas nuestras necesidades? ¿No es parte de nuestra naturaleza anhelar algo más tangible?
Lentamente Elena aparta la mano de la suya.
- Tal vez quiera usted algo más que buena voluntad; pero ¿es mejor eso que la buena voluntad? He ahí lo que debería preguntarse.
(...)
Ahí lo tiene, de boca de bebés y niños de teta. De la buena voluntad surge la amistad y la felicidad, las meriendas agradables en el parque o los paseos vespertinos y agradables por el bosque. Mientras que del amor, o al menos del anhelo de sus más urgentes manifestaciones, surgen la frustración, las dudas y la amargura, así de sencillo."
Estoy terminando La infancia de Jesús deslumbrada por la lucidez, la ternura y la maestría que, una vez más, nos ofrece Coetzee.
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