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martes, 22 de marzo de 2011

El café del Círculo de Bellas Artes de Madrid

Uno de los cafés con más encanto de Madrid es este del Círculo de Bellas Artes. Me siento a hacer tiempo mientras comienza la representación de La sonrisa etrusca, en el vecino Teatro Bellas Artes, y observar a la gente. Vengo a menudo por aquí, a veces a la hora del aperitivo, a leer los periódicos y ver pasar a la gente por la calle de Alcalá; en otras ocasiones me concedo un descanso después de visitar alguna de las exposiciones que el Círculo organiza periódicamente. Actividad constante la de esta institución, fundada en 1880, que mantiene un encomiable esfuerzo de difusión cultural a través de múltiples actividades: conferencias, lecturas poéticas, presentaciones de libros, exposiciones y proyección de películas, entre otras muchas.














Me gusta el edificio, obra del arquitecto Antonio Palacios, un edificio ecléctico y singular donde se reunieron durante todo el siglo XX personalidades de la vida cultural madrileña, desde Benavente a Arniches, y que alberga una importante colección de obras de arte.

















Mientras tomo un café observo a una anciana sentada en una mesa colindante. Su aspecto la singulariza en este ambiente en el que reina una cierta uniformidad, que podría ejemplarizar en una pareja sentada un poco más lejos, junto a un ventanal. Rondarán la cincuentena. Ella tiene una cara interesante, morena, el pelo corto y liso sujeto en una cola de caballo, manos largas y huesudas, viste una camiseta blanca de algodón que asoma bajo un jersey gris de cuello en pico, pantalones negros y botines. Lee la prensa junto a un hombre enteramente vestido de negro, con barba de dos días y pequeñas gafas de concha, enfrascado también en su diario. Sobre la mesa, dos tés y un buen número de libros.

La anciana en cuestión parece acabar de llegar de la compra y ahí está, sentada ante un café, con el pelo blanco cardado y una gabardina beige que conoció mejores épocas. Sobre su mesa, un enorme bolso imitando piel, de color incalificable. No levanta la vista de su libro, un pequeño ejemplar en edición de bolsillo de La histeria, de Freud.

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