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lunes, 14 de marzo de 2011

En la Alhambra de Granada


No creo que existan muchos lugares tan mágicos, con tanta carga poética como la Alhambra. Tosca y refinada, majestuosa y delicada, misteriosa y resplandeciente, dulcísima Alhambra. Me estreno en este viaje a Granada, en pleno invierno, aunque no es mi primera visita. Siendo niña participé en una excursión organizada por el colegio: Jaén, Granada y Córdoba, pero mis recuerdos se limitan a las colinas redondeadas salpicadas de olivos, unas imágenes de la Mezquita de Córdoba y una niña muy pequeña bailando descalza en la calle, ante una cueva del Sacromonte. Esto no es un reencuentro, es un descubrimiento. Un descubrimiento deslumbrante.

Las cumbres de Sierra Nevada, rosas al atardecer, parecen un decorado para enmarcar la silueta de la Alhambra dorada al sol. Desde la Iglesia de San Nicolás, en el Albaicín, varias docenas de visitantes espiamos el atardecer, un espectáculo extraordinario ver teñirse palacios y murallas. Me sobra toda la gente, como a cada uno le sobraremos los demás. Sin embargo quiero sentir ese hermanamiento al contemplar tanta belleza. Un grupo de gitanos tocan la guitarra y cantan muy cerca. La gente sonríe.

























Caminar por los jardines de la Alhambra, del Generalife. La primavera ya apunta débilmente. Hace calor durante el día, los almendros (o son cerezos?) ya florecen. Huyo de los visitantes, busco los rincones solitarios y disfruto de esta quietud. Imagino el asombro de los Reyes Católicos al recorrer estos jardines, llenos de flores, de fuentes, de frutales, diseñados con el refinamiento exquisito del gusto árabe, ellos acostumbrados a la fría austeridad de sus castillos. Siempre los bárbaros doblegando a la belleza.















Cada estancia de los Palacios Nazaríes es una joya. Y los pequeños patios, los jardines. Washington Irving se alojó aquí, pudo disfrutar de toda esta belleza. Ojeo Cuentos de la Alhambra:

"Así es la Alhambra: un hito musulmán en medio de tierra cristiana; un palacio oriental entre los edificios góticos del oeste; un elegante recuerdo de un pueblo valeroso, inteligente y artista, que conquistó, gobernó, floreció y desapareció."

























Entre los rincones de estos palacios, este pequeño patio, con las estancias que lo rodean, me enamoró. Creo que muy cerca se encuentran los aposentos que ocupó Irving, ahora cerrados al público. Estoy segura de que este es el jardín al que se refiere el escritor:














"Una ventana del dormitorio real domina la perspectiva del Generalife y de sus enramadas terrazas; otra, da al jardincillo apartado antes citado, de carácter moro sin duda, y que también tenía su historia. Era, en efecto, el jardín de Lindaraja (...). Al parecer fue una bella mora que vivió en la corte de Mohamed el "Zurdo" y que era hija de su leal partidario el alcaide de Málaga, quién le dio asilo en su ciudad cuando aquel fue expulsado del trono. Cuando recuperó su corona, el alcaide fue recompensado por su fidelidad. Su hija tenía su aposento en la Alhambra y el rey la entregó en matrimonio a Nasar, un joven príncipe del linaje de los Cetti-Merien, descendiente de Aben Hud el "Justo". Sus bodas se celebraron, sin duda, en el palacio real, y su luna de miel posiblemente transcurrió entre estas mismas glorietas."

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