Como reza el encabezamiento del blog, mi intención ha sido siempre compartir con vosotros las cosas que me gustan, me interesan y me conmueven, sea un paisaje, un libro, un cuadro, una ciudad o una pieza musical, algo que siempre he agradecido que hagan conmigo. Excepto las secciones Marxismos y Bestiario, creo que soy bastante fiel a esa primigenia intención. Cuando veo, escucho, leo algo que no me convence, no os hablo de ello y procuro olvidarlo cuanto antes.
Hoy haré una excepción, si me lo permitís. Fui a ver La mujer justa con el ánimo predispuesto a disfrutar de las casi dos horas de representación. Todo parecía indicar que así sería: Sandor Marai me ha hecho pasar muchos gratos momentos, sobre todo con El último encuentro, aunque también es verdad que terminé un poco cansada de él y dejé a medias algún libro suyo cuyo título no recuerdo. No leí La mujer justa y eso aumentaba mi interés por su representación. Por otra parte, la adaptación al teatro de la novela es obra de Eduardo Mendoza, escritor que siempre he leído con placer. No conocía al director, Fernando Bernués, ni había visto sobre las tablas a los actores, pero había leído críticas muy elogiosas de su trabajo. Así que allá fui llena de entusiasmo.
Expectativas solo comparables a mi desilusión. El texto me pareció pesadísimo, mero ejercicio de solemnizar lo obvio. La historia, coja, predecible, vulgar. Pero lo peor son los actores. Sus personajes carecen de sangre, no son creíbles, son de cartón piedra. Se les ve forzados e incómodos. Recitan su texto como si fuera la tabla de multiplicar. Allí sentada, esperando el final de una obra que se eternizaba y me iba poniendo cada minuto de peor humor, recordé las maravillas de las que he podido disfrutar esta temporada, seguramente para consolarme del tiempo y el dinero tirado a la basura: La violación de Lucrecia, con una inefable Nuria Espert; El proyecto Laramie, una obra coral un poco larga, quizá, pero con un desarrollo y un trabajo actoral maravilloso; Cinco horas con Mario, qué decir del texto de Delibes en manos de una actriz de la talla de Natalia Millán. En fin. Una representación para olvidar cuanto antes.
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