"Amor ha agitado mis entrañas como el huracán que sacude monte abajo las encinas. Viniste. Hiciste bien. Yo te estaba aguardando. Has prendido fuego a mi corazón, que se abrasa de deseo." Safo escribió estas palabras en Lesbos. Y estas otras:
"De veras, quisiera morirme. Al despedirse de mí llorando, me musitó las siguientes palabras: "Amada Safo, negra suerte la mía. De verdad que me da mucha pena tener que dejarte." Y yo le respondí: "Vete tranquila. Procura no olvidarte de mí, porque bien sabes que yo siempre estaré a tu lado. Y si no, quiero recordarte lo que tu olvidas: cuantas horas felices hemos pasado juntas. Han sido muchas las coronas de violetas, de rosas, de flor de azafrán y de ramos de aneldo, que junto a mí te ceñiste. Han sido muchos los collares que colgaste de tu delicado cuello, tejidos de flores fragantes por nuestras manos. Han sido muchas las veces que derramaste bálsamo de mirra y un ungüento regio sobre mi cabeza."
El barco se aleja de Esmirna, y pese a mis esfuerzos no consigo ver Lesbos, de manera que la foto de la isla que os ofrezco no es mía, como tampoco lo es la que la acompaña, las ruinas de Troya, que no conozco. Pero desde la terraza de mi camarote miro el mar, el mismo que miró Safo desde Lesbos, el mismo que, según la leyenda, recogió su cuerpo cuando se tiró desde un promontorio de la isla de Leucade. El mar de los troyanos.
Me enredo con la espuma. Enseguida, cae la tarde.
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