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miércoles, 20 de noviembre de 2013

"La inquietud que nos quema", de Xuan Bello

La inquietud que nos quema

Al principio estaba muy solo. Mi alma era
una isla rodeada por mujeres y yo quería
hablar con mi padre. A los catorce años
el mar es algo importante; suéñese ser
grumete o capitán, lo que se quiere,
las manos en el timón que tiembla,
es oír el canto de la sirena. Presentimiento
de Nausicaa acaso; pero sobre todo
la seguridad de tener un cómplice
ante la perplejidad. Te hablaría
de las interminables noches mirando la luna
de la literatura. Pero no buscaba, padre,
que a mi soledad le diesen la razón.
Te buscaba a ti, que estabas solo, y sólo quería
un gesto que nos hiciese iguales. Muerto
ya sabes lo que es mirarse en el espejo de la nada
y tus manos de viña crecen en el secreto
que nos consume. Padre, te lo voy a contar todo:
te quería y a huir aprendí por veredas
que aún no acierto.
Tenía catorce años cuando dejé
de hablarte. Tampoco tú a mí te dirigiste
con la reverencia que se debe a quien de si depende.
O tal vez sí, y no te entendí, y esta carta,
que le envío al silencio de tu ausencia,
sea una torpeza más de un niño consentido.

Padre: nunca hemos hablado.
Padre: te lo voy a contar todo.

Al principio, ¿recuerdas?, estaba muy solo:
el resquicio de la puerta donde el ojo acechaba,
la caricia brusca y la seguridad de que no había
donde agarrarse. Escuchaba a Janis Joplin
como si comulgara con un Dios que creía en mí.
Aprendí a pasar desapercibido escribiendo
y pronto comprobé que nada hay más efectivo
para ocultar un secreto que escribirlo en un libro.
Escribir, escribir: fingir que tengo
una vida más alta. Eso ha sido mi vida
en estos años últimos. Y sin embargo, Padre,
te tengo que confiar dos cosas:
la primera es que muchas veces la vida se parece
a lo que he escrito; la segunda, cosa extraña,
es que el pasado escrito, finalmente, florece en la memoria
y el rosal que no se marchita araña
con su tela de araña la realidad.
Padre,
padre mío: cómo me duele que te hayas muerto
sin decirte que era lunes y agosto y París encendida;
cómo me duele no haberte dicho,
en el rincón oscuro de la bodega,
cuánto me gustan las mujeres.
Padre, ten paciencia:
éste es el cuento que le cuento a tus huesos calcinados.
A no oírnos ya estamos acostumbrados
pero qué quieres que te diga:
no me basta con soñar contigo a veces
en la noche que aúlla como un lobo.
No me basta con tenerte cerca, aquí, por dentro.
Quiero estrecharte la mano; quiero que me abraces
y me lleves al mar, al mar que se reserva
al primogénito. Mar de viñas
los de tu tierra, mar quemado
los de tus ojos.
Llévame allí, Padre, y dime
lo que ahora sé y entonces ni intuía:

hermanos somos en la inquietud que nos quema.

6 comentarios:

  1. Gracias por traer este texto tan hermoso de nuestro paisano.
    Hace 32 años que le estoy diciendo esto mismo a mi padre y no me cansaré nunca hasta que, juntos otra vez, me responda.
    Mil besos en tiempo de adagio, cielo.

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    Respuestas
    1. Es conmovedor, sí. Xuan cada día escribe mejor. No te entristezcas, cielo. Un beso enorme.

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  2. Xuan Bello es un poeta viril y entrañable. Pero él ha tenido la culpa de mi bienes...

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    Respuestas
    1. Ay Guillaume.... y ese pero que entra en flagrante contradicción con los bienes otorgados? Mi eterno agradecimiento a Xuan que te acercó a mí. Un beso

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  3. Esa es, Madeleine, la paradoja de algunos bienes: dulces cuchillas que te abren las frutas más sabrosas y maduras ... y a mí con ellas, en canal.

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