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martes, 12 de noviembre de 2013

Una tarde con Bach

Difícil imaginar mayor felicidad, mayor consuelo que una tarde con Bach. Da igual el estado de ánimo con el que ocupes tu butaca, los nubarrones que cubran el corazón o las amenazas que acechen los días venideros: Bach todo lo diluye y nota a nota va inyectando en tu alma un fluido luminoso y cálido, pura magia. Te eleva hasta paisajes asombrosos de belleza inigualable, y eres otra cuando escuchas el último acorde. Regresas al mundo en paz.

Entre tanto ruido, tanta fealdad, cercados por la vulgaridad y la banalidad reinantes, aún puede salvarnos la música. Y Bach es la exquisitez. El concierto comenzó con dos Partitas para violín, la núm. 3 y la maravillosa núm. 2, interpretadas por Viviane Hagner. Pero lo realmente extraordinario fueron las Variaciones Golberg, que me han acompañado toda la vida y que escuché en vivo ayer (hace unos días para vosotros) por primera vez. Me entusiasmó la interpretación del ruso Alexei Volodin. En 1741, el conde Hermann Karl von Keyserlingk encargó a Bach la composición de una serie de variaciones para ser interpretadas por el clavecinista a su servicio, Johann Gottlieb Goldberg, con la finalidad de aliviar su insomnio. "El conde estaba enfermo a menudo y sufría de insomnio. En esos momentos, Goldberg debía pasar la noche en una habitación contigua, de manera que pudiera tocarle cualquier cosa durante su vigilia. El conde hizo saber a Bach que le agradaría tener algunas piezas para su músico, piezas de carácter reposado y un poco alegre, que pudieran reconfortarle en sus noches de insomnio. Desde entonces, el conde las llamó sus variaciones. Jamás se cansó de ellas y, durante mucho tiempo, a cada noche de insomnio decía: querido Goldberg, tócame una de mis variaciones. Jamás, quizá, Bach fue tan bien recompensado por una composición. El conde le entregó una copa de oro repleta con cien luises de oro", recoge Folkel en su biografía de Bach.

Os dejo con el Aria da Capo:

4 comentarios:

  1. Respecto a las Variaciones Goldberg, esto escribía yo a Maya a finales de 2011:

    " Maya: la semana pasada viajaba en mi coche por una sinuosa carretera de montaña; nada que ver con esas rectas esteparias que acabas de recorrer tú. Llevaba terciado en la trasera un Clavinova de siete octavas (y media). Los abismos y las piedras desprendidas sobre la pista hacían que no pudiese darle rienda a la mente para que discurriera por vagorosos pensamientos. Pero "El clave bien temperado" y las "Variaciones Goldberg" me acompañaron como un bajo continuo durante todo el viaje. En mi caja craneal, se entiende. (Seguía pero no cuento más)...
    Sí; Bach para toda ocasión: lo mismo bajo un bombardeo nazi que si amenaza con enterrarnos un alud de piedras; o si nos clava en una butaca de teatro un puñal de incertidumbre... Comenzamos a escuchar a Bach y el mundo se difumina.

    Besos, Sol.

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    1. Así es. Con Bach la música trasciende la belleza y habla a una parte de tí que está por encima de las pasiones, a lo más hondo, lo más íntimo, lo que no se comparte. Sé que no me explico. Sí, se difumina el mundo, tanto externo como interno. Y quedamos limpios como recién nacidos.
      Me alegro de que lo compartamos. Un beso, Federico

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  2. Veía casualmente el pasado viernes "La Zapatera Prodigiosa".
    Cuando se ilumina la escena, aparece en un lateral el banco de zapatero con unas botas sobre él. Hay una silla de anea al lado.
    Lo escueto del decorado contrasta con la música majestuosa y sincopada de Händel que irrumpe en un crecendo: "Lascia ch'io pianga mia croda sorte..."
    Sale a escena el zapaterillo con su delantal de cuero, arremangado y con un cepillo en la diestra.
    Parece triste y alicaído. Se sienta lentamente en la silla y comienza a cepillar una de las botas: "Deja que llore mi suerte cruel..."; la bellísima melodía se cierne sobre el zapatero que parece acompasar los vaivenes del cepillo.
    El infeliz comienza a desgranar su desdicha por verse zaherido y despreciado por su joven esposa...
    Hay algo chocante entre la grandiosidad de la música y el verbo tierno y sencillo de Federico... Pero esa dicotomía se desvanece como por ensalmo: "Lascia ch'io pianga mia croda sorte..."; sentidas palabras para hacer el contrapunto a un alma sencilla que sufre.
    Dura sólo un minuto la conjunción de la música y el texto lorquiano...
    Y pensé para mis adentros: es ésta una buena manera de sustanciarse la POESÍA.
    Y como el sentimiento fue inefable y yo no soy ducho en poesía, os vais a quedar, amigos, sin saber de qué manera me sacudió el corazón.
    Como una campana que voltease suavemente y que me dejase en la boca un cierto sabor a cobre.
    Eso se me ocurre.

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    1. Hermosa imagen, Federico. De vez en cuando se nos regalan instantes así, en el que de repente parece que todos los astros se alinean, todo lo existente en armonía, un instante mágico, perfecto, que no tiene por qué ser feliz, pero que brilla como una joya. Un milagro que flota en el aire y, un instante después, se desvanece. A veces pasa, solo hay que estar con los sentidos alerta para aprehenderlo. Si eres ducho en estos menesteres, lo apresas, lo introduces en un estuche y, de cuando en cuando, lo sacas para consuelo y regocijo del alma. Yo también conservo alguno. Afortunados somos. Besos

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