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jueves, 2 de febrero de 2012
Oviedo 1900-2000
Me envían unas fotos del Oviedo de principios de siglo y, una heladora mañana de Enero, recorro la ciudad tratando de captarla desde los mismos ángulos desde los que fue tomada entonces, y compruebo que la ciudad de mis primeros recuerdos, en los años sesenta, no difiere mucho de aquel Oviedo de hace cien años. Fue entonces cuando mi bisabuela mandó construir al arquitecto De la Guardia la Casa de Conde en la Plaza de la Escandalera, con la que abro el comentario, donde vivió con sus ocho hijos, entre ellos mi abuelo. Yo no conocí a aquella Mamá Sol legendaria, pero guardo algunos recuerdos del interior de la casa donde, cuando yo nací, vivían aún dos hermanos de mi abuelo. Recuerdo perfectamente la biblioteca, una habitación preciosa de techos altos, en la que los libros ocupaban dos pisos de estanterías, accediéndose al segundo a través de una escalera con pasillos voladizos. Años más tarde vi una muy similar en la película Confidencias, dirigida en 1974 por Lucino Visconti y protagonizada por Hermut Berger y Burt Lancaster.
Del antiguo Hospicio, hoy Hotel de la Reconquista, guardo un recuerdo que me sigue produciendo la misma desazón que entonces sentí. Cuando yo era niña la fachada del Hospicio se guardaba tras unas altas verjas de hierro, ante las que yo pasé un día agarrada a la mano de mi madre. Recuerdo la algarabía que formaban una multitud de niños con largos mandilones que jugaban tras ellas y como, al vernos, varios de ellos se encaramaron al muro y, agarrados a los barrotes gritaron "mamá" tratando de llamar la atención de mi madre. No puedo olvidar sus miradas ansiosas y suplicantes.
La arteria principal de Oviedo, la calle Uría en su confluencia con Independencia, a la derecha, y Melquiares Álvarez, a la izquierda. A la derecha de ambas fotos se distingue el Convento de las Siervas de Jesús, las monjitas que venían a velarnos cuando estábamos enfermas. Recuerdo a Sor Inés con su toca y sus manguitos blancos, rezando al tiempo que tomaba mi fiebre y me daba agua por la noche, mientras el resto de la casa dormía. Años más tarde, cuando el trabajo me devolvió a Oviedo, fijé mi domicilio muy cerca de esa esquina.
El precioso Palacio de los Condes de Rodríguez Sampedro, en la esquina de la Calle Uría y la Calle Toreno, frente al Campo de San Francisco, fue demolido con premeditación y alevosía para levantar el edificio que veis a la derecha, donde vivieron mis abuelos los últimos años de su vida. Cuentan que la Condesa cedió parte de su jardín y mandó construir la Iglesia y el Convento de las Esclavas para animar a su hijo a tomar los hábitos y seguir teniéndolo cerca de casa. Aún se mantiene en pie la Iglesia, aprisionada entre los dos edificios modernos de la derecha, pero su hijo hizo de su capa un sayo y murió seglar.
El Teatro Campoamor, en la plaza de la Escandalera, donde todos los años se entregan los Premios Príncipe de Asturias y, a su izquierda, la casa de mi bisabuela. Contaba mi padre que siendo un tío suyo alcalde de Oviedo durante la guerra (o quizá fuera durante el levantamiento minero, en 1934), mandó quemar el teatro para que no tomaran posiciones los adversarios, reconstruyéndolo más tarde a costa de su bolsillo. No puedo dar fe de ello, quizá solo se trate de una leyenda familiar, pero como me gusta recordar las historias que él nos contaba, ahora que ya no puede hacerlo, aquí lo dejo.
La Iglesia de San Isidoro, en la Plaza del Ayuntamiento, donde nos bautizaron a mí y a mis hermanas. Ya estamos en la zona más antigua de Oviedo, la que guarda más sabor, el verdadero centro de la ciudad durante mi niñez. En las fotografías inferiores podéis ver el edificio del Ayuntamiento en una de cuyas paredes laterales se puede leer: «muy noble, muy leal, benemérita, invicta, heroica y buena» ciudad de Oviedo.
Abajo, la Calle Cimadevilla, la arteria principal de la ciudad durante mi niñez, su corazón comercial. Aquí trabajaba mi padre en un edificio espléndido que albergaba el negocio familiar, del que guardo recuerdos entrañables que os contaré en otro momento. Hoy esta zona ha sido tomada por los jóvenes y, aunque aún conserva alguno de los establecimientos centenarios, la mayor parte han sido sustituídos por cafés, bares y restaurantes. Por estas calles discurrió mi vida adulta tras mi regreso a Asturias.
Y cierro con la calle Campomanes. En la casa que aparece a la derecha de la fotografía antigua nací y viví mis primeros años, la misma casa familiar que vio nacer a mi padre y a mi abuela, en la esquina con la Calle Magdalena. Toda la casa estaba ocupada por miembros de mi familia: en el primero vivíamos nosotros, en el segundo un hermano de mi padre con su prole y las buhardillas se acondicionaron para otra hermana y los suyos. Felicidad completa, una cuadrilla de niños subiendo y bajando aquellas escaleras a todas horas. Me recuerdo recorriendo esa acera, camino del colegio y del chalet donde vivían entonces mis abuelos, algo más arriba. Pura infancia.
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Estupendo y gozoso lo que era y lo que es de nuestra querida ciudad (en tiempos corte). Pero, por partes: realmente la casa de tu bisabuela, doña Sol, es uno de los referentes de Oviedo; la Guardia, como siempre, hizo una obra espléndida. Como tú, del antiguo hospicio guardo el recuerdo de un olor penetrante y de los niños con mandilón, rapados al cero y con botines. Viví el asesinato urbanístico del palacete del Rodríguez de san Pedro tal vez en los primeros ´60, fue un horror especulativo. Gracias por el calificativo que haces del edificio de Ceñal y Zaloña al que citas en la calle de Cimadevilla,también con fachada a la calle de los Pozos; es obra de mi abuelo paterno.
ResponderEliminarNo tenía idea de que tu abueno fuera el arquitecto de Ceñal y Zaloña, me encanta. Uno de estos días, cuando vuelva a mi ordenador, me apetecería escribir sobre mis recuerdos en aquel precioso edificio, aunque no sé si me echarán de Google por pelmaza. Un beso, José
EliminarMe gustó mucho este trabajo de antes y después, y también el nuevo de las viejas Venecia, Florencia, Roma y París.
ResponderEliminarMuchas gracias, Carlos. En un placer encontrarte por Mi casa y, siempre, tus palabras de aliento. Un abrazo muy fuerte
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