El concierto que nos ofreció el martes pasado la Orquesta de París con Lorin Maazel a la cabeza fue una delicia. Uno de esos conciertos preciosos que te despiertan una sonrisa de placer al primer movimiento y continúas ronroneando como un gato ahíto de caricias cuando termina. Un concierto para todos los públicos, porque en buena parte estuvo dedicado al mundo de los niños. Y a Ravel, siempre tan brillante. Comenzó con Ma mère l'Oye, la pieza que Ravel dedicó a los hijos de sus amigos Cyprien e Ida Godebski (Cyprien era hermanastro de una mujer fascinante de la que os hablaré uno de estos días, Misia Godebska, el gran amor de Mallarmé, casada primero con Thadée Natanson, luego con Alfred Edwards y finalmente con José María Sert, musa de artistas), para la que se inspiró en los cuentos de Perrault. Se trata de una pieza deliciosa que, si no conocéis, os recomiendo fervientemente. Está compuesta por cinco movimientos correspondientes a otros tantos cuentos: Pavana de la Bella Durmiente del Bosque; Pulgarcito; Laideronette, emperatriz de las pagodas; La conversación de la Bella y la Bestia y El jardín de las hadas. El homenaje al cuento infantil contó también con El aprendiz de brujo, de Paul Dukas, que todos tenemos asociado a la película de Walt Disney, con Miki Mouse haciendo bailar a las fregonas, pero que escuchado en directo, interpretado por una orquesta espléndida y con el inmenso talento de Maazel a su servicio cobró una dimensión nueva para mí.
El resto del concierto volvió a estar protagonizado por Ravel. Philippe Aïche bordó como solista un precioso Tzigane; luego llegó la Rapsodia española para concluir con La Valse. El auditorio estaba entregado, y Maazel nos regaló un fragmento de La arlesiana, de Bizet. Una gozada.
Os dejo con el arranque de La Valse.
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