Hace años escribí en uno de esos blocs que usé de diarios durante buena parte de mi vida una frase bastante grandilocuente y un poco ridícula, de la que inmediatamente me avergoncé pero que aún recuerdo (seguramente la leí en algún libro, olvidé su autoría, un día emergió y creí que era mía: suele pasarme, ya no tengo cabeza): "camino hacia el silencio". Se encendió en mi cerebro mientras lentamente paseaba por el Campo de San Francisco de mi infancia, de vuelta a Oviedo (siempre vuelvo a los escenarios de mi vida, una y otra vez, me aburro a mi misma). Precioso el Campo en enero, transparentes los árboles, mullido el suelo, ese olor de mi tierra que me emborracha siempre y siempre añoro.
Camino hacia el silencio, escribí. Soledad, silencio. Ese es mi alimento. Aborrezco el ruido, el vocerío atronador que nos envuelve. Hace unos días contesté algo desabrida a mi madre (yo estaba nerviosa y asustada, es un dato: no hay excusa) y ella calló sin dejar de mirarme con dulzura. Me regaló silencio. Cuando la antítesis de una verdad es otra verdad, cuando el bosque se muestra infinito árbol tras árbol, cada uno diferente e igualmente cierto, ¿queda algo por decir? Decir algo que mejore el silencio, y si no callar, proponía alguien.
Huyo del ruido y busco la soledad como un naufrago su tabla de salvación.
Como tú,también adoro caminar en solitario y en silencio por nuestro "Campo" donde tanta poesía leí y alguna escribí.Y la memoria que se retrotrae a "Petra" y "Perico,a "Coca",a los "Bambys",a la "Chucha",al "Piru",a la "Torera",a las "Meonas",a los "Vallaurones",a la pajarera.... entre quienes seguro nos cruzamos sin conocernos.
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