(...)
La socialdemocracia de hoy, como el laborismo resignado de MacDonald, ha abrazado la ortodoxia para combatir la crisis. Como explicación / justificación a menudo se dice que los supuestamente neutrales "mercados" han ganado a la política, a toda la política. No es verdad. Los que han ganado son la derecha pura y dura y el capital especulativo. Los "mercados" -o más bien las agencias de calificación, la City, Wall Street, los hedge funds y otros- no se han lanzado a aniquilar a los Gobiernos que los han tratado tan bien, a base de salvarlos de la ruina, no pedirles responsabilidades, darles impunidad para seguir haciendo daño y beneficios fiscales. Los "mercados" no han atacado a los Gobiernos de Cameron u Obama, a pesar de sus déficits abultados, muy altos niveles de deuda y la impresión masiva de moneda. Les han pedido y obtenido más, eso es todo. Los "mercados" no han ganado a la "política", sino a las políticas progresistas.
Lo malo es que la socialdemocracia europea les ha ayudado mucho. Porque a ella y a lo que quede de la democracia-cristiana reformista (los impulsores del milagro económico y social de posguerra) les han fallado la memoria y los reflejos desde mucho antes de que la crisis estallara. Desde los años noventa, dejaron de reflexionar seriamente sobre en qué beneficiaban a la sociedad y a la economía real la desregulación por la desregulación, la moneda única, que el sector financiero aumentase porcentualmente varias veces por encima del crecimiento de la economía real, y, especialmente en España, la especulación inmobiliaria (que los Gobiernos y alcaldes de izquierdas apoyaban tanto como los de derechas). Para colmo, dejaron que se diseñase a la Unión Europea cada vez más a partir de los intereses del dinero que de los del conjunto de la sociedad, confundiendo a "más Europa" con una Europa más progresista. Ahí está para probarlo, por ejemplo, cómo se ha decidido que funcione el Banco Central Europeo.
Cegada por las estadísticas del PIB en los años de bonanza, la socialdemocracia se olvidó de que el crecimiento sólido y armónico, no el espectacular-especulativo, y la participación en condiciones de igualdad de los agentes sociales, son los que crean estabilidad económica y capital social; en suma, los que garantiza el verdadero progreso. En cierto modo, la socialdemocracia abrazó una caricatura de la Tercera Vía: riqueza para todos a base de crecer mucho sin mirar muy bien de dónde venía esa riqueza ni adónde iban los valores sociales. Sus políticas se basaron a menudo en dejar que la riada del crecimiento por el crecimiento, a menudo especulativo, nos fecundase, como el Nilo de los faraones, a todos. Se crearon o se improvisaron programas sociales financiados con dinero fácil y barato, pero dentro de un trato que implicaba permitir que el capital fuese libre para saltar fronteras y regulaciones. En el proceso, las reglas de juego establecidas en la posguerra europea se tornaron contra los productores -empresarios y trabajadores- que no cruzamos fronteras como el dinero sino que vivimos en una casa, en una familia y en una comunidad. En suma, la izquierda gobernó usando una tarjeta de crédito prestada por los "mercados", cuya cuenta, inflada por los intereses, pagamos ahora.
Lo malo es que no tenía que haber sido así, porque ya sabía la socialdemocracia que esto podía suceder, y cómo evitarlo. Mucho de lo que estamos viviendo ya pasó durante la Gran Depresión. Entonces y ahora, los desequilibrios financieros y la especulación causaron la crisis; y la derecha la administró, en beneficio del capital, mientras que la izquierda no sabía qué hacer. Los socialdemócratas de entreguerras se negaron a desafiar la ortodoxia económica que precisamente trajo la crisis primero y luego causó que esta se extendiese y se acentuara. El resultado fue que, en los años treinta, la socialdemocracia casi desapareció del mapa (como hoy está en la oposición en casi todos los países de Europa) atrapada entre el miedo a los mercados y la falta de alternativas creíbles. En Reino Unido, por ejemplo, el único político laborista de peso que desafió a la ortodoxia económica fue Oswald Mosley (ignorado, acabó fundando la British Union of Fascists). La excepción a este panorama desolador, para la sociedad y para la democracia, fue Suecia, donde los socialistas adoptaron políticas que luego se conocerán como keynesianas. Lamentablemente, el valor y la imaginación de los socialdemócratas suecos, que les valió estar en el poder durante décadas, contrasta con la amnesia autodestructiva de los socialdemócratas europeos de hoy, y, por supuesto, los españoles, que hace unos meses expulsaron a Keynes de nuestra Constitución.
(...)
Extracto de un artículo firmado por Antonio Cazorla Sánchez publicado en el diario El País el 30 de enero de 2012. Cazorla es catedrático de Historia de Europa en la Trent University, en Canadá. No he encontrado en la red una fotografía suya, así que he optado por esta espléndida caricatura de Keynes realizada por LPO.
No hay comentarios:
Publicar un comentario