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sábado, 18 de febrero de 2012

"El abono de Javier", por Carlos Álvarez


"Era manco. Esto hay que decirlo al principio y así descartamos el final sorpresa; sin trampa ni cartón. El señor mayor que estaba en el palco sentado delante de mí era manco y por eso no aplaudía, pero yo no me di cuenta hasta el final del concierto.

Mientras, pensé en un aficionado implacable; más aún, impasible; no es que no aplaudiera nunca, es que tampoco hacía ni siquiera el ademán. Le cogí ojeriza. En un momento me pareció ver que los dedos de su mano repicaban sobre el apoyabrazos de la silla y deduje que debía de ser músico, un pianista; celos profesionales o, tal vez, un virtuoso intolerante. Digamos que sobre la ojeriza se quería imponer el respeto hacia un profesional exigente.

No aplaudió con Satie. De acuerdo. He escuchado mejores versiones de los Nocturnos. No era ese Satie lleno de delicadeza que fluye de manera natural, orgánica; sutil y rotundo, juguetón, poderoso; vale que más que nocturnos parecieran mañanitas, pero no más que por cortesía debía de hacer, al menos, el gesto del aplauso.

En el palco también había tres mujeres; todas aplaudieron con más displicencia que pasión, pero aplaudieron; él permanecía sentado con los brazos en el regazo y yo redoblé con furia los aplausos, convencido de que ella, al saludar había mirado hacia nuestro palco y había visto que aquel individuo no aplaudía. Puesto en pie, me rompí las manos para lavar la afrenta. Y cuando salí del palco, la indignación se imponía sobre el respeto a la exigencia profesional por muy Barenboim que fuera; y no lo era.

En la segunda parte estuve a punto de llamarle la atención, pero no lo hice porque el abono era de Javier, que está abonado a todo para no tener tiempo de nada, y no iba a regañar, tal vez, a un ‘su mejor amigo que hacía mil años que no veía‘. Mi abono me lo había pedido el director del periódico para un compromiso y por si el Barenboim ese era amigo de Javier, me contuve.

Las dos obras de Debussy las interpretó de forma magistral. Children’s Corner, colorista, viva, chispeante, algo atolondrada al final del Doctor Gradus, de acuerdo, y la canción de cuna del elefantito falta de colorido y en el Pastorcillo se le fue el tempo, pero aplaudir ya no era cuestión de cortesía, sino de justicia. Con L’île joyeuse el virtuosismo llegó al esplendor, lástima con el arranque, que es habanera y parecía chotis; pero el final, magnífico. Y ahí sí, ahí fue cuando me di cuenta de que era manco. Se le cayó el programa al suelo y al recogerlo se me hizo presente la manga hueca de su americana, mientras todo el teatro, menos él, aplaudía.

A la propina, el Nocturno nº 5 de Satie que no estaba en el programa y podía haberse ahorrado, entendí que no aplaudiera aunque ni fuera crítico ni hubiera sido músico y tuviera enteritas las dos manos; yo estuve a punto de hacerlo.

Ya en el pasillo escuché que le preguntaban por el concierto y la pianista.

―Tiene unas manos… preciosas ―le oí decir.

Y deduje que era el nuevo crítico. La competencia."


Firma este relato Carlos Álvarez, periodista, guionista, novelista, hombre multidisciplinar, amigo, a él debemos el guión de la película Ciudadano Negrín, dirigida por Imanol Uribe, que ya podéis encontrar en la red. Si queréis conocer más de su trabajo visitad su página, Hora antes, editorial.

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