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sábado, 11 de febrero de 2012

Música de cámara en el Auditorio


Si una sinfonía o un concierto ejecutado por una gran orquesta tiene la virtud de envolverte y transportarte a otro mundo, la música de cámara parece susurrarte al oído, hablarte desde la intimidad del bis a bis propiciando la introspección. El dialogo que se establece entre dos o tres instrumentos te permite seguirlos en cada uno de sus movimientos, presenciar sus juegos como si te introdujeras entre las notas. Ayer el Auditorio nos ofreció un concierto precioso, con Adolfo Gutiérrez al violonchelo y Graham Jackson al piano, interpretando Fantasiestücke de Schumann, la Sonata núm. 1 para piano y violonchelo de Brahms, la Sonata núm 5 en re mayor de Beethoven y la Sonata para violonchelo y piano de Franck. Un programa maravilloso. Me llegó al alma especialmente la Sonata de Brahms, honda como toda su música. Carrascosa Almazán nos cuenta en el programa que el compositor la terminó en la primavera-verano de 1862, cerca de Baden-Baden, en una vivienda que alquiló en las inmediaciones del río Oos, rodeada de bosques. Solía levantarse temprano y dar un largo paseo. Luego componía hasta media tarde, con un breve descanso para el almuerzo. Me encanta imaginarme a Brahms paseando por el bosque, empapándose de las sensaciones que luego volcaría en el pentagrama. La sonata de Beethoven tiene un Adagio con molto sentimento d'affetto-attaca dulcísimo. Pero lo mejor de la noche, para mi gusto, fue la Sonata de César Franck, un regalo de boda del compositor al violinista Eugène Ysaÿe. Fue estrenada por este y por la pianista Madame Bordes-Pène en un museo de Bruselas durante un atardecer, sin utilizar más luz que la natural, de manera que cuando esta escaseó los instrumentistas tuvieron que finalizarla prácticamente de memoria. Su éxito fue inmediato, y no me extraña nada. Es dulce y melancólica, con tintes dramáticos y momentos de un enorme lirismo. Es hermosísima. Un descubrimiento.

Os dejo con Brahms.

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