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jueves, 10 de marzo de 2011

El Palacio del Marqués de Cerralbo


Me fascinan las casas particulares que terminan convertidas en museos, tanto si es por la importancia histórico artística de su dueño como por los objetos de arte que guarda en su interior. Creo que la razón principal, más que mi amor por la belleza, es mi alma cotilla. Cuando visito unas ruinas, sea Cartago, Volubilis o Segóbriga, me llena de excitación reconstruir las casas en mi imaginación, rehacer las estancias, colocar muebles y adornos y hasta especular con lo que guardarían despensas y alacenas. Recuerdo con enorme placer mi visita a la casa-museo de Goethe, en Frankfurt, y en especial su estudio, en la segunda planta, donde aún se pueden ver muebles y objetos de su propiedad, y la cocina, en la planta baja. Y qué decir de la preciosa casa de Rembrandt, en Amsterdam, donde aún se conserva el estudio donde pintaba.También en esta ocasión me fascinó la cocina y una cama de la época allí arrumbada, donde quizá durmiera una muchacha de servicio. Pero lo que despierta mi más desaforada curiosidad son las puertas cerradas, los espacios clausurados. Siempre debo vencer enormes tentaciones de burlar la vigilancia y tratar de entrar donde me está vedado hacerlo.





















Madrid posee varias de estas joyas, como el Museo-Palacio Lázaro Galdiano, el Museo Sorolla o el Palacio de los Marqueses de Cerralbo, hoy también convertido en museo. Es un palacio pequeño, construido con exquisito gusto en el XIX por Enrique de Aguilera y Gamboa, XVII marqués de Cerralbo, casado con Inocencia Serrano y Cerver, viuda de Antonio María del Valle Angelín de quien tenía dos hijos, Antonio y Amelia. Fue obra de los arquitectos Alejandro Sureda, Luis Cabello Asó y Luis Cabello Lapiedra.














La nobleza y alta burguesía se había ido instalando, desde mediados de siglo, en los nuevos barrios de Madrid (Salamanca y Argüelles) donde habían tenido lugar una serie de reformas urbanísticas y mejoras en los servicios públicos: alumbrado, saneamientos, teléfono, pavimentación y transportes. El tipo de edificación seguía el ejemplo del hôtel particulier francés, muy diferente a los grandes palacios de la aristocracia del Madrid de los Austrias. El mayor valor del Palacio Cerralbo estriba en que su decoración se conserva intacta, así como la colección de obras de arte que atesoraba la familia. El edificio fue concebido desde un principio no solo como domicilio de los Cerralbo sino también como lugar donde exponer todas sus joyas artísticas y arqueológicas.













Lo primero que llama la atención es su magnífico hall, que veis arriba a la izquierda, con una espléndida escalera de honor con la que se mostraba el prestigio social de sus propietarios. La barandilla de hierro forjado perteneció al antiguo Monasterio de las Salesas Reales. Destacan las columnas, paneles y pilastras estucadas imitando mármol, así como el escudo de los Cerralbo enmarcado entre dos tapices del XVII. La escalera conduce al primer piso que era la zona noble de la casa, donde se recibía a los invitados y se hacía la vida social. En la fotografía superior derecha os muestro el salón de baile. Si os fijáis, en los espejos del fondo se refleja la galería donde se colocaban los músicos. Para mejorar la acústica, las paredes se revistieron de sedas, paneles de ágata y mármol, estucos y numerosos espejos venecianos. Las pinturas, realizadas por Juderías, representan alegorías de la danza y la música. Resulta fácil revivir los bailes, fiestas, veladas literarias y conciertos que aquí tuvieron lugar.













Esta planta principal está compuesta por un conjunto de salas preciosas, repletas de obras de arte. En la foto siguiente, a la izquierda, una de las galerías, concebidas para su exposición, y a la derecha la llamada Sala de las Columnitas, un fumoir donde se reunían los caballeros para hablar de negocios o política mientras fumaban. Debe su nombre a que, como podéis apreciar, en la mesa central se exponen un conjunto de pequeñas columnas que sostienen una variedad de figurillas y bustos procedentes de las culturas egipcia, griega, etrusca y romana, junto con otras de la Edad Moderna realizadas en terracota, mármol o bronce.












En la época era costumbre contar con una sala vestuario masculino que simbolizaba la antigua costumbre cortesana de vestirse delante de un séquito de mayordomos y ayudas de cámara, e incluso recibir a las visitas durante el proceso. La siguiente fotografía nos muestra el Salón Vestuario del marqués, que se abre hacia la correspondiente femenina, el tocador de la marquesa o Salita Imperio que, al encontrarse junto al comedor de gala servía para que las damas descansaran o se acicalaran después del almuerzo o la cena. Con influencia rococó, es un espacio luminoso y acogedor, genuinamente femenino, carente de la grave suntuosidad de otras estancias. En el centro de la sala, una mesita de malaquita que me llevaría a casa sin dudarlo. En las siguientes imágenes vemos la armería y el despacho del marqués.

El comedor de gala es impresionante. Aquí tuvieron lugar cenas de etiqueta que se sirvieron en una colección maravillosa de fuentes de plata que se exponen en las vitrinas de la sala. La costumbre de la gran mesa de comedor proviene de Inglaterra, y no se popularizó en las casas aristocráticas hasta bien entrado el siglo XIX. Los comensales debían combinar la participación en la conversación general, guiada por los anfitriones, que se sentaban no en las cabeceras sino en el centro de la mesa, con la atención a sus vecinos. Durante estos años aún se practicaba el protocolo francés, consistente en colocar las bandejas con las diferentes viandas en el centro de la mesa y cada comensal debía decidir qué servirse. Más adelante se establecería la costumbre rusa consistente en compartir un menú pre establecido que los criados servían a cada comensal. Una vez finalizada la cena, los invitados podían pasar a la sala de billar, que os muestro a la derecha.















Y junto a estas líneas, la espléndida biblioteca, una de las estancias que más me gustaron de la casa. Intenté descubrir el título de alguno de los volúmenes con ningún éxito, así que no puedo ofreceros dato alguno, aunque es su época se consideró que esta biblioteca, con cerca de 10.000 volúmenes, era una de las más completas en materia de Numismática y Arqueología. A la derecha, otro de los salones.





















En la planta baja se encontraban las habitaciones privadas de la familia: salones, comedor de diario, dormitorios y estancias para la vida cotidiana. Me llamó la atención la habitación del marqués, de una sobriedad que contrasta con la suntuosidad general. A la derecha os muestro el baño, compuesto de lavamanos y bañera de mármol, dotado de agua corriente fría y caliente, poco habitual en la época. Poseer un baño denotaba status, ya que lo normal era asearse en los dormitorios. Por esa razón encontramos el baño en el piso principal, mientras que el water ocupa una pequeña habitación en el bajo.

Os he hablado del palacio y no he hecho referencia a las obras de arte y objetos decorativos magníficos que atesora. Lo guardaré para otra ocasión.

2 comentarios:

  1. Da gusto recorrer esos espacios de la mano mano de tus fotografías, y sobre todo a las personas que estamos enamorados desde muy jóvenes, de los volúmenes y de las formas. Gracias por estos recorridos. Una casa maravillosa que seguro conoces y merece la pena mostrar,es la casa de retiro del zar en San Petersburgo, me asombró en su sencillez, dado que era del zar Pedro(EL Grande para los rusos, el cruel para sus enemigos).
    Un recuerdo para ella y para los magnificos jardines (esos sí son exuberantes y poderosos)del palacio Mijahilovich. Lo recuerdo como si lo hubiese olido y vivido ayer.

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  2. La recuerdo, una casa preciosa. Recuerdo lo que nos sorprendió sus pequeñas proporciones en comparación con la magnificencia del Ermitage, y la altura del dintel de las puertas, por las que sin duda el Zar debía agacharse al traspasar. Los jardines, convertidos hoy en un hermoso parque, maravillosos. Qué nostalgia de San Petersburgo!

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