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domingo, 12 de junio de 2011

Un día en la Feria del Libro de Madrid


Pese a que no soy demasiado aficionada a visitar la Feria del Libro de Madrid (prefiero mil veces la Feria del libro Antiguo y de Ocasión, del Paseo de Recoletos, o la Cuesta Moyano, donde siempre encuentro algo atractivo y barato), amaneció un precioso día de primavera y me acerco al Parque del Retiro, más por disfrutar de un solitario día bajo su sombra que por la esperanza de encontrar en las casetas de librerías y editoriales algo que me enamore. Los libreros muestran aquí sus novedades, aquellas que surten los escaparates de cualquier librería madrileña y te asaltan en cualquier calle, siempre al alcance de la mano, que no de mi bolsillo. Vano intento si pretendes adquirir algo concreto que no esté a la última: el vendedor de turno te remite a la librería. Para este viaje no necesito alforjas.

En una caseta anuncian que firma Ouka Leele, y allí está, solísima. Me acerco. Me gustan sus fotografías, su forma de mirar. Recuerdo como me impactaron sus primeras fotos pintadas, que descubrí en los primeros 80 en la galería Kreisler Dos. Pero no son sus imágenes lo que presenta, sino un libro de poemas. Lo ojeo y no encuentro, en un primer vistazo, un verso que me conmueva, pero me enternece verla tan abandonada y lo compro. Con un lápiz de colores me dedica la portada.





















Como es la hora de almorzar y están bajando las persianas de los tenderetes, aprovecho para sentarme en las escaleras que descienden hasta el estanque y leo el poemario mientras como un bocadillo. Nada más acorde con el título del libro. Pero ahí se acaban las coincidencias: disfruto mucho más de mi almuerzo que de sus deplorables poemas. Nada más deleznable que un mal verso. Persevero hasta finalizar el libro. Qué tormento. Por qué un artista que domina una disciplina piensa que su talento le da patente de corso para afrontar otra?.

En cuanto abren de nuevo las casetas corro en busca de algo que me quite el mal sabor de boca. Y me encuentro con mi querido Joan Margarit, que nunca me falla. Leo el primer poema que me asalta al abrir el libro:

Madre e hija

Ella te está observando y te siente segura
detrás de tu sonrisa. Mira como levantas
con lentitud la taza de café,
la calma de tu holgado pijama blanco
al leer el periódico de la mañana.
La paz que siente es un reflejo tuyo,
porque le permitiste que tuviera
sus primeros recuerdos
en el lado tranquilo de esta casa.
Mira con avidez adolescente,
pero no sabe aún que se siente segura
porque nunca le hablas del armario
que no te atreverías a ordenar,
ni del disco que temes escuchar otra vez,
ni de cartas antiguas que no puedes quemar.
Al volver una noche
es posible que llegue a descubrir
dónde empieza la paz de la mañana,
qué fondo de renuncia tiene a veces,
y de derrota siempre, nuestra calma.

Reconciliada con el mundo continúo fisgando entre libros. Una caseta de guías y libros de viaje. En unos días volaré a Dublín, de manera que le pregunto al encargado si tienen un libro sobre el Dublín de Joyce. Me contesta: " El único que se me ocurre es Dublineses, pero no es de Joyce". Le doy las gracias y pongo pies en polvorosa. Cuando me rehago y estoy a punto de abandonar la Feria un título llama mi atención: El arte de conversar, de Oscar Wilde. Cambio a un dublinés por otro. Wilde siempre me hace sonreír. Leo: "Un poeta puede sobrevivir a todo menos a una errata". Vuelvo a casa encantada.

3 comentarios:

  1. Que bonito poema! me ha recordado a nuestros Domingos por la mañana. Esa seguridad la he sentido siempre contigo. El olor a café caliente y tostadas, y el sol entrando por la ventana del salón. Periódicos y la zapatilla al vuelo, meciéndose en el borde de tu pié. Y la mano como Bonaparte, escondida en la abertura de tu bata. Y la musiquita. Ahh, mis domingos con mamá!

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  2. Precioso poema el de "Madre e hija". Yo también he tenido esa sensación de seguridad toda la vida. Me recuerda a aquellas mañanas de domingo contigo. El olor a café caliente y tostadas, el sol entrando por la ventana del salón, periódicos y musiquita, la zapatilla, en el borde el pié, bamboleándose al ritmo de tu pierna, tu mano estílo "bonaparte" colocada entre la abertura de la bata allá a donde fueras... Ahh, las mañanas con mamá!

    (La infancia son esta clase de cosas. Las recordaré toda la vida, y se las contaré a Ramón. Espero que él también pueda tener este tipo de recuerdos conmigo.)

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  3. Recuerdos maravillosos, sí. Los tendrá, estate segura. Un beso enorme, hija

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