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viernes, 13 de julio de 2012

El Jardín Botánico Atlántico de Gijón


Uno de los lugares más hermosos de Gijón, desconocido para muchos visitantes y no pocos lugareños, es el Jardín Botánico Atlántico, 25 hectáreas de terreno dedicados a mostrar la riqueza, belleza y diversidad de los territorios atlánticos del norte, recreando los principales paisajes desde las zonas más septentrionales de América hasta el Caribe, desde la Europa boreal a la mediterránea.


El Jardín se organiza en cuatro zonas temáticas: el Entorno Cantábrico, cuya proximidad al mar le confiere una marcada influencia oceánica, donde dominan los bosques de hoja caduca, como hayedos, robledales y alisedas. Su situación fronteriza entre las tierras mediterráneas del sur de Europa y los territorios más fríos del norte favorecen la convivencia de especies vegetales de ambas zonas.


El la Factoría Vegetal se ha tratado de plasmar el intercambio de frutales y plantas entre el Viejo y el Nuevo Mundo. Un tesoro de plantas medicinales, flores, árboles y frutales.





El Jardín de la Isla merece un comentario aparte. Quizá sea el Itinerario Atlántico el que más me ha fascinado. Los estrechos senderos se pierden entre tupidos bosques, las copas de los árboles centenarios se cierran y casi no dejan pasar la luz. Camino sin encontrarme un alma, el silencio roto solo por mis pisadas, la algarabía de los pájaros (cantos dulces y agresivos, una enorme variedad de trinos) y el susurro del arroyo cuya orilla procuro no abandonar para no desorientarme.



En Asturias la naturaleza está tan presente en la vida cotidiana, estallando a la vuelta de la esquina, que no me resulta extraño encontrarme en medio del bosque, sin atisbo de civilización, a tan escasa distancia de la ciudad. Pienso que sería feliz viviendo aquí, respirando este olor levemente putrefacto, a tierra nutrida, oyendo zumbar la vida a mi alrededor. Este silencio ayuda a vivir.



Abandono el bosque con pesar. El libro que me ha acompañado durante el paseo continua en el bolso, sin abrir. Me siento en un banco y me quedo allí un rato, con la mirada vagando y los sentidos alerta. Una tarde espléndida.

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