En una entrada anterior os mostraba el Museo Barjola en Gijón, donde se conserva una importante muestra de la obra de este pintor extremeño, asturiano por matrimonio, uno de los más importantes de la segunda mitad del siglo XX español. El cuadro con el que abro el comentario, La víctima de la fiesta, fue realizado en 1989, y pertenece a su serie Tauromaquia, uno de los temas que más han interesado a Barjola a lo largo de su trayectoria artística. Un cuadro de un enorme dramatismo.
Los dos óleos que podéis ver sobre estas líneas pertenecen a su primera época: Cabeza de niño, firmada en 1955, y Bodegón en grises, de 1959. también pertenecen a esta época Planchadora y Dos figuras, que os muestro a continuación. Me gustan mucho estas primeras obras, muy en la línea de lo que entonces se consideraba vanguardia dentro de la figuración.
Desde muy joven su pintura denota sus inquietudes sociales. Una pintura comprometida que va adquiriendo tintes dramáticos con el paso de los años, muy en consonancia con la tradición ibérica.
Tercer mundo, 1976; Perrera, 1989. La iconografía de Barjola resulta inconfundible, pese a que algunas influencias resultan evidentes, como la de Francis Bacon, Juan Gris, Goya o Picasso. Incluso en sus temáticas, que en el caso de Barjola resultan recurrentes, como las tauromaquias, maternidades, niños, suburbios, perros, violencia, retratos apócrifos o erotismo.
Una obra que te acongoja y atrapa, trágica y desgarrada, de una autenticidad sobrecogedora. Barjola nos ofrece una crónica social lúcida, sin paños calientes. Y el resultado es apabullante. Concluyo con Madurez y pubertad, realizado en 1990, y Ataúd, firmado dos años después.
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