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lunes, 16 de julio de 2012

El Jardín de La Isla


En 1860 el industrial gijonés Francisco Valdés creó el Jardín de La Isla, uno de los primeros jardines románticos construidos en Asturias, donde se conjugaban la belleza de árboles y plantas con los ingenios hidráulicos. Hoy este maravilloso  jardín, vecino a la que fue su residencia (no sé por qué razón, dedicada a eventos institucionales y hurtada a la visita de los gijoneses), forma parte del Jardín Botánico, del que ya os hablé en una entrada anterior.


Antes de diseñar los jardines, Valdés viaja por Europa y se inspira en los más hermosos y originales que pudo encontrar, combinando grandes masas arbóreas con paseos, túneles de plantas, cenadores, rincones con estatuas, fuentes , cierres ornamentales y juegos de agua.



En la entrada al recinto se han colocado unos paneles de cerámica de Talavera, realizados en 1940 por Juan Ruiz de Luna. Fue un encargo del doctor Avelino González con destino a un jardín de infancia que se proyectaba construir para los niños de la Gota de Leche gijonesa. Parece ser que estuvo durante años almacenado sin uso y, aunque no concuerda ni en época ni en estilo con El Jardín, el resultado es encantador.



Pasear por el jardín es una delicia. Junto a árboles majestuosos, como cedros, plátanos y robles, encontramos camelias y rododendros, coníferas enanas y helechos. El agua canalizada discurre entre pequeños saltos de agua. Me distraigo mirando a una pareja de pequeños patos, nadando entre nenúfares.



Florencio Valdés fue una personalidad en su época. De convicciones republicanas, estaba casado con la hija de Anselmo Cifuentes, fundador del diario El Comercio y de la Fábrica de Vidrio de Gijón. Epicentro de un grupo de liberales que se reunían en estos jardines periódicamente, participaba activamente en la vida económica, social y cultural de la ciudad. También fue lugar de encuentro de artistas e intelectuales, empresarios, políticos, toreros y liberales influyentes.



Me entusiasma su eclecticismo, un refinamiento que se solaza con la naturaleza sin intentar embridarla. Esto es una belleza. Me prometo volver en otoño.


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